El abordaje socioterapéutico es una forma más dinámica, flexible y rápida de resolución de problemáticas individuales y de índole familiar.Se trata de ayudar a las personas consultantes a hallar medios sencillos y eficaces para resolver los conflictos, de tal forma que salgan beneficiados en lugar de destruidos. Se trata de brindarles herramientas para que adquieran capacidad para vivir armoniosamente juntos y para que sean congruentes en su forma de conducirse en la vida.
"El grado del éxito de un hombre lo determina el dominio que tenga sobre sí mismo, mientras que la profundidad de su fracaso lo determinará la forma en que se abandone..."
Leonardo Da Vinci
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martes, 27 de enero de 2015
10 CONGRESO RESILIENCIA MEXICO 2014
Me pareció muy ilustrativo este video sobre la resiliencia, espero que les sea útil!!
ALGO MÁS SOBRE RESILIENCIA
Les comparto este link que me pareció interesante, como aporte al tema de la resiliencia que traté en otra entrada:
http://www.elpradopsicologos.es/blog/resiliencia-resilientes/
Resiliencia: Los 12 hábitos de las personas resilientes

¿Sabes qué es la resiliencia? ¿Quieres aprender a ser más resiliente?
A veces la vida nos pone a prueba, nos plantea situaciones que superan nuestras capacidades: una enfermedad, una ruptura de pareja particularmente dolorosa, la muerte de un ser querido, el fracaso de un sueño largamente anhelado, problemas económicos… Existen diferentes circunstancias que nos pueden llevar al límite y hacer que nos cuestionemos si tenemos la fuerza y la voluntad necesarias para continuar adelante. En este punto tenemos dos opciones: dejarnos vencer y sentir que hemos fracasado o sobreponernos y salir fortalecidos, apostar por la resiliencia.
Resiliencia: definición y significado
La resiliencia es una capacidad que nos permite afrontar las crisis o situaciones potencialmente traumáticas y salir fortalecidos de ellas. La resiliencia implica reestructurar nuestros recursos psicológicos en función de las nuevas circunstancias y de nuestras necesidades. De esta manera, las personas resilientes no solo son capaces de sobreponerse a las adversidades que les ha tocado vivir, sino que van un paso más allá y utilizan esas situaciones para crecer y desarrollar al máximo su potencial.
Para las personas resilientes no existe una vida dura, sino momentos difíciles. Y no se trata de una simple disquisición terminológica, sino de una manera diferente y más optimista de ver el mundo ya que son conscientes de que después de la tormenta llega la calma. De hecho, estas personas a menudo sorprenden por su buen humor y nos hacen preguntarnos cómo es posible que, después de todo lo que han pasado, puedan afrontar la vida con una sonrisa en los labios.
La práctica de la resiliencia: ¿Cómo podemos ser más resilientes?

De hecho, las personas resilientes no nacen, se hacen, lo cual significa que han tenido que luchar contra situaciones adversas o que han probado varias veces el sabor del fracaso y no se han dado por vencidas. Al encontrarse al borde del abismo, han dado lo mejor de sí y han desarrollado las habilidades necesarias para enfrentar los diferentes retos de la vida.
¿Qué caracteriza a una persona resiliente?
Las personas que practican la resiliencia:
- Son conscientes de sus potencialidades y limitaciones. El autoconocimiento es un arma muy poderosa para enfrentar las adversidades y los retos, y las personas resilientes saben usarla a su favor. Estas personas saben cuáles son sus principales fortalezas y habilidades, así como sus limitaciones y defectos. De esta manera pueden trazarse metas más objetivas que no solo tienen en cuenta sus necesidades y sueños, sino también los recursos de los que disponen para conseguirlas.
- Son creativas. La persona con una alta capacidad de resiliencia no se limita a intentar pegar el jarrón roto, es consciente de que ya nunca a volverá a ser el mismo. El resiliente hará un mosaico con los trozos rotos, y transformará su experiencia dolorosa en algo bello o útil. De lo vil, saca lo precioso.
- Confían en sus capacidades. Al ser conscientes de sus potencialidades y limitaciones, las personas resilientes confían en lo que son capaces de hacer. Si algo les caracteriza es que no pierden de vista sus objetivos y se sienten seguras de lo que pueden lograr. No obstante, también reconocen la importancia del trabajo en equipo y no se encierran en sí mismas, sino que saben cuándo es necesario pedir ayuda.
- Asumen las dificultades como una oportunidad para aprender. A lo largo de la vida enfrentamos muchas situaciones dolorosas que nos desmotivan, pero las personas resilientes son capaces de ver más allá de esos momentos y no desfallecen. Estas personas asumen las crisis como una oportunidad para generar un cambio, para aprender y crecer. Saben que esos momentos no serán eternos y que su futuro dependerá de la manera en que reaccionen. Cuando se enfrentan a una adversidad se preguntan: ¿qué puedo aprender yo de esto?
- Practican el mindfulness o conciencia plena. Aún sin ser conscientes de esta práctica milenaria, las personas resilientes tienen el hábito de estar plenamente presentes, de vivir en el aquí y ahora y de tienen una gran capacidad de aceptación. Para estas personas el pasado forma parte del ayer y no es una fuente de culpabilidad y zozobra mientras que el futuro no les aturde con su cuota de incertidumbre y preocupaciones. Son capaces de aceptar las experiencias tal y como se presentan e intentan sacarles el mayor provecho. Disfrutan de los pequeños detalles y no han perdido su capacidad para asombrarse ante la vida.
- Ven la vida con objetividad, pero siempre a través de un prisma optimista. Las personas resilientes son muy objetivas, saben cuáles son sus potencialidades, los recursos que tienen a su alcance y sus metas, pero eso no implica que no sean optimistas. Al ser conscientes de que nada es completamente positivo ni negativo, se esfuerzan por centrarse en los aspectos positivos y disfrutan de los retos. Estas personas desarrollan un optimismo realista, también llamado optimalismo, y están convencidas de que por muy oscura que se presente su jornada, el día siguiente puede ser mejor.
- Se rodean de personas que tienen una actitud positiva. Las personas que practican la resiliencia saben cultivar sus amistades, por lo que generalmente se rodean de personas que mantienen una actitud positiva ante la vida y evitan a aquellos que se comportan como vampiros emocionales. De esta forma, logran crear una sólida red de apoyo que les puede sostener en los momentos más difíciles.
- No intentan controlar las situaciones. Una de las principales fuentes de tensiones y estrés es el deseo de querer controlar todos los aspectos de nuestra vida. Por eso, cuando algo se nos escapa de entre las manos, nos sentimos culpables e inseguros. Sin embargo, las personas resilientes saben que es imposible controlar todas las situaciones, han aprendido a lidiar con la incertidumbre y se sienten cómodos aunque no tengan el control.
- Son flexibles ante los cambios. A pesar de que las personas resilientes tienen una autoimagen muy clara y saben perfectamente qué quieren lograr, también tienen la suficiente flexibilidad como para adaptar sus planes y cambiar sus metas cuando es necesario. Estas personas no se cierran al cambio y siempre están dispuestas a valorar diferentes alternativas, sin aferrarse obsesivamente a sus planes iniciales o a una única solución.
- Son tenaces en sus propósitos. El hecho de que las personas resilientes sean flexibles no implica que renuncien a sus metas, al contrario, si algo las distingue es su perseverancia y su capacidad de lucha. La diferencia estriba en que no luchan contra molinos de viento, sino que aprovechan el sentido de la corriente y fluyen con ella. Estas personas tienen una motivación intrínseca que les ayuda a mantenerse firmes y luchar por lo que se proponen.
- Enfrentan la adversidad con humor. Una de las características esenciales de las personas resilientes es su sentido del humor, son capaces de reírse de la adversidad y sacar una broma de sus desdichas. La risa es su mejor aliada porque les ayuda a mantenerse optimistas y, sobre todo, les permite enfocarse en los aspectos positivos de las situaciones.
- Buscan la ayuda de los demás y el apoyo social. Cuando las personas resilientes pasan por un suceso potencialmente traumático su primer objetivo es superarlo, para ello, son conscientes de la importancia del apoyo social y no dudan en buscar ayuda profesional cuando lo necesitan.
La resiliencia en los niños

INFORMACIÓN PARA COMPARTIR...
Hola! seguidores del blog!! Hoy quiero compartir con ustedes algunas páginas de la web que me parecen sumamente interesantes.
Los invito a sumergirse en este maravilloso mundo de la interconección que nos permite compartir nuestras ideas, nuestros proyectos, nuestras dudas, nuestro pensamiento, nuestras actividades y sobre todo obtener información que aporte a nuestra profesión.
Espero que les sea útil!!
http://www.monicachadi.com.ar/
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https://www.facebook.com/RedSocioterapeutica?fref=ts
https://www.facebook.com/pages/Orientaci%C3%B3n-y-asesoramiento-socio-familiar/10150090878985029?fref=ts
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sábado, 24 de enero de 2015
LA INTERVENCIÓN PROFESIONAL DEL TRABAJADOR SOCIAL EN LA PROBLEMÁTICA DE LA VEJEZ
Dice Alfredo
Carballeda que “La palabra intervención proviene del término latino ‘intervenio’, que
puede ser traducido como ‘venir entre’ o ‘interponerse’. De ahí que
‘intervención’ pueda ser sinónimo de mediación, intersección, ayuda o
cooperación.” Agrega, además, que es “…un dispositivo que se entromete
en un espacio, en tanto existe una demanda hacia ella. De ahí que la demanda
sea el acto fundador de la intervención.”[1]
Por
otra parte, Ángela María Quintero Velásquez manifiesta que: “el
Trabajo Social es una intervención en el sentido que intervenir significa tomar
parte de una acción con la intención de influenciarla. La intervención del
trabajador social consiste en permitir a la persona/sujeto desarrollar sus
capacidades, ayudarlo a modificar su
situación y finalmente ayudarlo a resolver sus problemas.”[2]
Según
lo expresa Sánchez Salgado (2005), la intervención es la acción de interceder
del profesional con la intención de inducir cambios en alguna parte del sistema
humano o del proceso social.
En
el campo del Trabajo Social el propósito básico de la intervención profesional
es mejorar el funcionamiento objetivo y subjetivo entre el individuo y su
ambiente, es decir, el funcionamiento físico y social más visible y los
sentimientos o estados afectivos. Por lo tanto, el trabajador social no
pretende controlar al individuo sino entenderlo en toda su complejidad según
interactúa con su ambiente.
El
principio óptimo que debe dirigir la práctica gerontológica es la idea de que
cada individuo debe tener la oportunidad de ejecutar su potencial, de vivir una
vida potencialmente satisfactoria y socialmente deseable. La relación entre la persona y el profesional se
desarrolla en el proceso de dirigir y completar una tarea. La relación progresa
mediante una comunicación efectiva entre la persona y el profesional. Una
relación profesional debe contribuir a mejorar el funcionamiento del individuo.
El
profesional que aspira servir de ayuda a otros debe tener un conocimiento de sí
mismo, de sus fortalezas y debilidades personales que puedan impedir el trabajo
efectivo con otros. Es importante que conozca sus percepciones y actitudes
hacia los grupos y personas con quienes va a intervenir. No sólo debe estar
alerta ante sus limitaciones sino también tener disposición para el cambio.
Continúa
diciendo Sánchez Salgado (2005) que es importante que el profesional que
trabaje con la persona anciana posea una información general con respecto a las
características de esta población como un todo, y que esté alerta a la
diversidad. No existen características
que puedan ser aplicadas uniformemente a esta población, ya que poseen variedad
de necesidades y problemas sociales. Las personas traen a su mayor edad un
caudal de experiencias, condiciones de salud y actitudes, diversos patrones de
comportamiento y estilos de vida y una gran variabilidad en niveles de funcionamiento
físico y emocional.
Aunque
la mayoría de las personas que sobrepasan los 60 años funcionan relativamente
bien y llevan una vida activa, un número considerable de ellas experimentan
problemas de índole social, emocional o económica que requieren de una
intervención profesional. Por lo tanto, ésta es diferente con ancianos
saludables que con ancianos frágiles y dependientes.
La
intervención en este sector poblacional no debe estar focalizada hacia cambios
en la personalidad del anciano, sino a ayudarlos a resolver problemas
situacionales; el profesional debe mediar para hacerlos útiles tal como son,
debe estar disponible para ofrecer consejería, dirección y apoyo.
La
acción del profesional puede ir dirigida al individuo, su familia o su
comunidad. La prioridad debe ser mantener a la persona anciana funcionando al
máximo dentro de su comunidad, aumentando su propia estima, la confianza en sí
misma, su autonomía y fortaleciendo la identidad individual.
En
fin, el rol principal del profesional trabajador social debe ser ayudar al
viejo, al anciano, al adulto mayor a mantener niveles óptimos de funcionamiento
dentro de sus limitaciones.
“Las verdades están latentes en las cosas,
No apresuran su propio nacimiento ni lo retardan,
No necesitan el fórceps obstétrico del cirujano,
Para mí lo insignificante es tan grande como
Cualquier cosa
(¿Qué puede ser ni más ni menos que un contacto?)”
Walt Whitman (Canto a mí mismo)
Bibliografía:
-
Carballeda, Alfredo: La intervención en lo
social. Paidós. 2007. 3ª. Reimpresión.
- Quintero Velásquez, Ángela María: Trabajo
Social y procesos familiares. Lumen Humánitas. Bs. As. 1997. 2ª.
Reimpresión.
- Quintero Velásquez, Ángela María: El
Trabajo Social Familiar y el enfoque sistémico. Lumen Humánitas. Bs. As.
2004. 2ª. Reimpresión.
- Quintero Velásquez, Ángela María: Diccionario
especializado en familia y género. Lumen Humánitas.
Bs. As. 2007.
- Sánchez Salgado, Carmen Delia: Gerontología
social. Editorial Espacio. Bs. As. 2005. 1ª. Reimpresión.
[1] Carballeda, Alfredo: La intervención en lo social. Paidós.
Tramas Sociales. Bs. As. 2007. 3ª. Reimpresión. Pág. 93
[2] Quintero Velásquez, Ángela María: El trabajo social familiar y el
enfoque sistémico. Lumen Humánitas. Bs. As. 2004. Pág. 29.
RESILIENCIA Y VEJEZ
“¡Ochenta años! ¡Ni ojos, ni oídos,
ni dientes, ni piernas, ni aliento! ¡Y es asombroso, al fin de cuentas, cómo
uno llega a prescindir de ellos!”
Diario de Claudel, citado por Simone de Beauvoir, 1970
Un
eje de intervención desde el Trabajo Social es la activación de la resiliencia
en las familias que atraviesan un conflicto o un problema. Dice Ernesto Sábato:
“el
ser humano sabe hacer de los obstáculos nuevos caminos, porque a la vida le
basta el espacio de una grieta para renacer”.
Los
seres humanos tenemos la capacidad para devenir resilientes y poder enfrentar
los eventos negativos y las situaciones de adversidad que nos afectan.
Entendemos por resiliencia la capacidad de los seres humanos de superar los
efectos de una adversidad a la que están sometidos e, incluso, de salir
fortalecidos de la situación. Y en este proceso necesitamos del otro como punto
de apoyo para la superación de esa adversidad. El secreto está en ayudar a los
viejos a fortalecerse, a reconocer sus fortalezas y confiar en ellas, y a
adquirir mayor conciencia social para promover cambios que reduzcan la
inequidad y el sufrimiento.
Si
partimos de lo que las personas de edad avanzada tienen, podremos trabajar no
sólo buscando recursos institucionales, sino también aprovechando los recursos
vinculares que serán los que apunten a lograr algunas transformaciones y
modificaciones en la vida cotidiana de ellos y de sus familias.
Los factores favorecedores de resiliencia individual son la
autoestima, la autoconfianza, los vínculos afectivos amigables, los lugares y
personas que posibilitan contención, una visión optimista de la vida, todo lo
que favorezca la posibilidad de desarrollar responsabilidad y la capacidad de
tomar decisiones, en la medida en que el desarrollo personal lo permita, lo que
favorezca la libertad en el marco de normas de respeto a cada uno, lo que
estimule la clarificación o posibilidad de realización de objetivos de vida en
los que el dar y darse sea gratificante, en donde el cooperar con otros sea un
valor positivo.
Los factores obstaculizadores de resiliencia individual son
la falta de vínculos afectivos, la falta de inserción social, la carencia de
objetivos de vida alentadores, y lo opuesto a cada uno de los puntos
favorecedores de la resiliencia.
Las
investigaciones gerontológicas muestran que los ancianos que no desarrollan
ninguna actividad se enferman más y mueren más jóvenes que los que se mantienen
dinámicos y conservan o establecen nuevas redes vecinales o grupos de pares y
familiares.
Se
deduce, entonces, que uno de los factores de riesgo principales del deterioro
de la calidad de vida en la vejez es el aislamiento social, ligado a la
exclusión y al rechazo.
La
salida del sistema laboral es un ejemplo, cuando es experimentada como un
acontecimiento de derrumbe, de caída vertiginosa, que afecta no sólo por la
pérdida del poder adquisitivo, sino también por la pérdida del poder cultural,
ya que los aleja del circuito productivo en su sentido más amplio, en cuanto a
los hechos que protagonizan los hombres cotidianamente al salir a la búsqueda
del sustento.
Los
adultos más afectados con el desencadenamiento de tantos efectos negativos son
los que se encuentran sin familia nuclear, desvinculados de parientes y sin
haber logrado cultivar una red de amigos.
Otros
casos de derrumbe comienzan a partir de la viudez, ante la enfermedad y muerte
del cónyuge, lo cual deja en soledad y sin lazos establecidos al otro miembro
de la pareja.
“El enfoque de la resiliencia permite reconocer y potenciar aquellos
recursos personales e interpersonales que protegen el desarrollo de las
personas y su capacidad constructiva, aún durante su envejecimiento.”[1]
La
recreación en los adultos mayores tiene como objetivo principal la praxis de
una educación permanente que prioriza en cada actividad la apropiación que el
adulto mayor pueda realizar de sus aprendizajes significativos para el uso de
su tiempo libre. Haciendo uso creativo del tiempo libre, el adulto mayor
pretende asegurar las condiciones necesarias para fomentar su desarrollo y la
búsqueda de su plenitud, favoreciendo el encuentro consigo mismo y con sus
potencialidades, con el fin de incidir favorablemente en su calidad de vida.
Las
sucesivas pérdidas que el paso del tiempo supone en todos los órdenes implican
para el ser humano un desafío: aprender a compensar las pérdidas con ganancias,
valorando y reforzando lo que no necesariamente se pierde: la dimensión
imaginario-simbólica en la cual se asienta el acceso a la sabiduría en la
vejez.
La
vida está signada por la muerte. Pero la muerte es inherente a la vida, no a la
vejez. La vejez debe ubicarse del lado de la vida, no de la muerte. En el
envejecer, cuando las redes naturales comienzan a achicarse y decrecer, para
estar resiliente es fundamental el proceso interactivo entre el sujeto
envejeciente y su medio. A esta edad se pone en juego la importancia de contar
con otro significativo, tanto sea un nuevo compañero, un cuidador o una
mascota, a través de los cuales poder sentirse reconocido o necesitado por algo
o alguien que otorgará sentido al levantarse cada día y organizar la rutina
diaria.
Bibliografía:
- Melillo, Aldo; Suárez Ojeda, Elbio Néstor; Rodríguez, Daniel: Resiliencia y subjetividad. Los ciclos de la vida. Paidós. Bs. As. 2004.
[1] Knopoff, René; Santagostino, Lucila; Zarebski, Graciela: Resiliencia
y envejecimiento en Melillo, Aldo;
Suárez Ojeda, Elbio Néstor; Rodríguez, Daniel: Resiliencia y subjetividad.
Los ciclos de la vida. Ed. Paidós. Tramas sociales. Bs. As. 2004. Capítulo
11. Pág. 218.
LOS VÍNCULOS FAMILIARES EN LA VEJEZ
Ángela María Quintero Velázquez define
a la familia como el “grupo de convivencia basado en el
parentesco, la filiación y la alianza; sus miembros están ligados por sangre o
por afinidad, lo cual crea una serie de relaciones, obligaciones y emociones.
Es el espacio para la socialización del individuo, el desarrollo del afecto y
la satisfacción de necesidades sexuales, sociales, emocionales y económicas, y
el primer agente transmisor de normas, valores, símbolos, ideología e
identidad, donde se focalizan las acciones de las demás instituciones”[1]. Agrega,
además, que la familia implica un contacto y una interacción mayor de los que
se dan en el mundo público y que lo que le ocurre a un miembro repercute en los
demás miembros de la familia.
Por otro lado, Liliana Barg (2004)
considera que es la familia la que puede ofrecer el marco como estructura
estable de sostén y vínculos con otros. El afecto, la permanencia, el refugio
hacia adentro, en el mundo privado, son propios de la familia.
La
familia hace dos cosas: asegura la supervivencia física y construye lo
esencialmente humano del hombre. La familia es el contexto natural para crecer
y para recibir auxilio, es un grupo natural que en el curso del tiempo ha
elaborado pautas de interacción. Estas constituyen la estructura familiar que,
a su vez, rige el funcionamiento de los miembros de la familia, define su gama
de conductas y facilita su interacción recíproca. La familia necesita de una
estructura viable para desempeñar sus tareas esenciales, es decir, apoyar la
individuación al tiempo que proporciona un sentimiento de pertenencia (Eroles,
2001).
La
familia es poderosa por su influencia perdurable en las vidas humanas. Es el
primer grupo con el cual entramos en contacto al nacer, y dentro del cual
permaneceremos toda o la mayor parte de nuestra vida. La familia influye en el
proceso de nuestra socialización y desarrollo de nuestra personalidad.
Hasta
el momento, ninguna otra institución humana o social ha logrado suplir el
funcionamiento de la familia, sobre todo en la satisfacción de las necesidades
biológicas y afectivas de los individuos. La familia cambia y continuará
cambiando; por consiguiente, también cambia la ubicación de los viejos dentro
de ella.
La
familia posmoderna se caracteriza por relaciones entre cuatro y aun cinco
generaciones dentro de ella, por la provisión de socialización, tanto hacia
atrás como hacia delante a lo largo del curso de la vida, y por la oportunidad
para los adultos de disfrutar de compañía recíproca dentro de la familia.
Pero
hoy en día se valoriza la independencia y los hijos, en muchos casos, se
comunican con sus padres a distancia. Las personas viejas son cada vez menos
propensas a compartir la vivienda con los hijos.
Las
personas pueden debilitarse social, física y emocionalmente si no reciben o
perciben señales de amparo de sus seres significativos que las hagan sentir
seguras y valiosas. Los sistemas de apoyo informales son recursos esenciales en
la provisión de asistencia afectiva y financiera, ayudas en las tareas del
diario vivir. Esta dedicación y cooperación emana de sentimientos afectivos y
de un sentido de solidaridad. Las relaciones con la familia de procreación
(esposa, esposo, hijos) se encuentran entre las más vitales y esenciales. A
mayor edad, más vital la relación. Las relaciones maritales son una prioridad
para las personas de mayor edad, seguidas por las relaciones con los hijos/as.
La convivencia familiar y el sistema de apoyo de la familia es una de las
fuentes de mayor satisfacción y valía para la persona de mayor edad.
La
familia sigue siendo la institución social primaria de ayuda para las personas
de edad avanzada a pesar de su estructura y funciones cambiantes. La familia
brinda a los viejos un auxilio de tipo material, emocional y social durante los
tiempos normales y también en los de crisis. La incapacidad o impedimentos para
llevar una vida independiente, hacen imperativo que la familia asuma un rol más
activo en la provisión de cuidados y servicios a los ancianos y representa el
factor principal para reducir la posibilidad de institucionalización de
personas seriamente incapacitadas o enfermas.
En
los últimos años la estructura familiar ha experimentado una serie de cambios
socio-demográficos que podrían arriesgar la provisión de ayuda informal
familiar a la persona de edad avanzada. Una serie de factores de diversa índole
y la multiplicidad de funciones que desempeñan, conllevan a que los familiares
que proveen el cuidado deban soportar un grado elevado de tensión.
Pero
a veces, debido a las múltiples obligaciones que tienen los familiares que se
ocupan de los ancianos, se opta por la institucionalización, aunque el anciano
pueda valerse por sus propios medios.
La
mayoría de las familias con personas ancianas incapacitadas hacen esfuerzos
cuantiosos para mantenerlas en la comunidad. La familia sostiene el peso mayor
en la prestación de cuidados y servicios al anciano o anciana y representa el
factor principal para reducir la posibilidad de institucionalización en caso de
estar incapacitadas o enfermas. El colocar la persona anciana en un asilo suele
ser el último recurso utilizado por las familias. En general, las familias que
internan sus miembros ancianos en las instituciones de larga duración han
agotado todas las opciones, padecen toda clase de crisis (económicas, sociales
y personales) en este proceso y tomaron la decisión final con gran resistencia.
Según
los dichos de Sánchez Salgado (2005), a pesar de la creencia común de que las
personas ancianas en el mundo contemporáneo han sido abandonadas por su
familia, las investigaciones a nivel mundial la desmienten. Por el contrario,
ellas están integradas a un sistema de parentesco con lazos filiales intensos.
La familia mantiene una posición de prominencia dentro del espacio vital
psicológico de estas personas por virtud de su habilidad para proveer seguridad
emocional y material. La presencia o la ausencia de esta red pronostican el
nivel de autonomía y bienestar de una persona anciana. Ella continúa siendo la
principal fuente de protección de los adultos de edad avanzada y a la que
acuden generalmente en primera instancia.
La
contribución de la familia es de tipo práctico, emocional y material. El tipo
de asistencia, la forma y la frecuencia con que se ofrece la ayuda está
conectada a la dinámica particular de cada unidad familiar y a factores
socioestructurales y demográficos.
La
reciprocidad y la responsabilidad filial son componentes que unen a los
miembros de la familia. Aquellos que han recibido apoyo pueden tener
sentimientos y obligaciones recíprocas que a su vez pueden llevar a
convertirlos en ayuda cuando cambien las circunstancias. El sentido de deber
filial se mantiene como un valor fuerte en las familias latinoamericanas, y
motiva a los hijos e hijas para responder a sus padres que requieren cuidados
en la edad avanzada, independientemente de la expectativa de algún tipo de
recompensas. El compromiso, el amor incondicional y la reciprocidad integran el
cimiento de la relación de padres ancianos y sus hijos.
La
protección familiar puede ser combinada o servir de refuerzo a otros apoyos
informales provistos por amigos, vecinos o grupos comunales, así como la
asistencia formal que provee el gobierno o las entidades voluntarias.
En
conclusión, las relaciones familiares tienen gran importancia en la tercera
edad ya que se ha comprobado que la salud física y psicológica se incrementa en
personas cuyos lazos afectivos familiares son fuertes, en comparación con
personas que por algún motivo tienen que vivir solos o en instituciones para
ancianos.
BIBLIOGRAFÍA
-
Barg, Liliana: La intervención con familia.
Espacio. Bs. As. 2000.
- Eroles, Carlos: Familia y Trabajo Social.
Un enfoque clínico e interdisciplinario de la intervención profesional.
Espacio. Bs. As. 2001.
-
Hidalgo, Jorge: El envejecimiento. Aspectos
sociales. Ed. De la
Universidad de Costa Rica. Costa Rica. 2001.
- Minor, Leonardo; Kaemppffmam,
Graciela: La problemática del
anciano institucionalizado.
- Piña Morán, Marcelo: Gerontología social
aplicada. Visiones estratégicas para el Trabajo Social. Editorial Espacio.
Bs. As. 2004.
- Quintero Velásquez, Ángela María: Trabajo
Social y procesos familiares. Lumen Humánitas. Bs. As. 1997. 2ª.
Reimpresión.
- Quintero Velásquez, Ángela María: El
Trabajo Social Familiar y el enfoque sistémico. Lumen Humánitas. Bs. As.
2004. 2ª. Reimpresión.
- Quintero Velásquez, Ángela María: Diccionario
especializado en familia y género. Lumen Humánitas.
Bs. As. 2007.
- Sánchez Salgado, Carmen Delia: Gerontología
social. Editorial Espacio. Bs. As. 2005. 1ª. Reimpresión.
[1] Quintero Velázquez, Ángela María: Diccionario especializado en
familia y género. Editorial Lumen Humánitas. Bs. As. 2007. Pág. 59.
LA VEJEZ
Hace más de un siglo y medio, un
maestro regresaba a su casa, en un pequeño pueblo. Le llamó la atención una luz
en la ventana del zapatero, y al asomarse vio a éste trabajando a la luz de una
vela a punto de extinguirse.
Entró su esposa y le dijo: “Ya es
tarde, la cena está lista, ven a comer.”
Respondió el zapatero: “Ya voy.
Mientras arde la vela, algo puede hacerse.”
Se alejó el maestro, reflexionando
sobre la escena.
Al día siguiente, les dijo a sus alumnos: “Ayer aprendí una muy importante lección de un viejo y humilde zapatero: mientras arde la vela, algo puede hacerse. Se trata de la vela de la vida: mientras hay vida, se puede reemprender el camino elegido.
En la teoría del desarrollo, la vejez es la última
etapa de la vida. El envejecer es un proceso
complejo y fascinante que experimentan todos los seres humanos. Es un
cambio continuo que ocurre a través de toda la vida desde el mismo momento del
nacimiento. Se manifiesta de una forma compleja por todas las múltiples facetas
(fisiológicas, emocionales, cognitivas, sociológicas, económicas e
interpersonales) que influyen en el funcionamiento y bienestar social.
El envejecimiento se conceptualiza como una
experiencia natural dinámica y evolutiva. Esta vivencia es fascinante porque
los cambios ocurren de manera diferente en cada una de las personas. La vejez
es una etapa en el curso de la vida de cada individuo, una fase natural con
ventajas y desventajas.
Cada persona envejece en función de cómo haya
vivido, por lo tanto, el envejecimiento es un proceso diferencial.
Robert Butler y Myrna Lewis (1982, en Sánchez
Salgado, 2005) opinan que la vejez tiene una tarea única en el desarrollo:
aclarar, profundizar y encontrar utilidad para lo que se haya logrado en el
aprendizaje y adaptación en etapas previas de la vida.
Hoy día, se presta atención a la influencia de
factores ambientales y sociales, y se considera que la personalidad y los
patrones de comportamiento continúan cambiando a través del ciclo de vida en
respuesta a una variedad de sucesos y condiciones. Muchos eventos en la vida,
de gran significado para las personas, ocurren en la adultez mediana y las
oportunidades en este período tienen grandes consecuencias para la calidad de
vida en la vejez (Quadagno, 1998, en Sanchez Salgado, 2005).
En los últimos años, el crecimiento de la población
vieja ha sido desproporcionado con respecto al crecimiento total, y esto ha
generado una preocupación por entender el fenómeno. Aparece, entonces, la Gerontología Social ,
como una disciplina separada que busca su lugar dentro de las ciencias, y a
través de la cual se dejó atrás la idea de representar a la vejez como un
período vital de crisis o como una etapa problemática, y se decidió destacar
las transiciones al describir los cambios comunes en la adultez y adultez tardía.
Una transición puede definirse como moverse de una etapa o evento de vida a
otro con varios grados de inestabilidad en el proceso adaptativo, incluyendo
los cambios en las funciones sociales que hace la persona. Las transiciones en
la etapa de la vejez son las siguientes: la sobrevivencia a los años de adultez
mediana y vejez, el sentido del nido vacío, el retiro del empleo, la etapa de
ser abuelo o abuela, la soltería en la edad avanzada provocada por la viudez,
el divorcio y los cambios en vivienda.
Los
viejos no son ni más ni menos que personas con su propia individualidad. Cada
uno envejecerá a su manera y dependiendo de sus circunstancias, como pasa en
cualquier etapa de la vida. Envejecer tiene una instancia de decisión. Uno
decide, individual y subjetivamente, cuándo se considera un viejo. Pero el
viejo no vive sólo, y la mirada del conjunto es muchas veces negativa y
discriminante.
Las
etapas de desarrollo del individuo en el ciclo de la vida, también han sido
consideradas a base de unos relojes que marcan tres tipos de edades en el ser
humano:
- Edad biológica: determina la edad cronológica según la persona avanza en edad, considerando su desarrollo físico. Se mide por el reloj biológico.
- Edad psicológica: se relaciona con la capacidad de adaptabilidad que un sujeto manifiesta ante los distintos eventos que la vida puede depararle (estructurales, históricos, sociales). Es lo que se llama "madurez" en el lenguaje cotidiano, y de hecho esta capacidad se logra a través de los años, con la experiencia que se va acumulando. Se mide por el reloj psicológico que revela cómo los individuos se sienten hacia ellos mismos y hacia sus habilidades, y cómo perciben las expectativas y el comportamiento.
- Edad social: se encuentra determinada por las funciones y posición social que
la persona ocupa en el transcurso de su vida. Éstas se relacionan
íntimamente con las crisis, tareas del desarrollo y la edad cronológica.
Se mide por el reloj social.
Una vez revisados los tipos de edades,
podremos afirmar que la edad no es un indicador de vejez. El viejo, como
cualquier sujeto, no puede ser definido en su totalidad por un sólo enfoque o
disciplina, ya que en él se involucran tres áreas principales: la psicológica,
la biológica y la social.
Los factores biológicos están siempre
presentes aunque su desarrollo no es cronológicamente idéntico para cada
capacidad ni para cada individuo, y dependerá de la personalidad previa de cada
uno y del rol socioeconómico que desempeñe.
Los factores psicológicos fueron estudiados
por Erikson en 1968, quien se ocupó del tema del envejecimiento y la vejez en
el marco de su teoría epigenética, que describe una serie de fases del
desarrollo de la personalidad en función de su adecuación a ciertas variables
psicosociales.
Erikson identificaba la vejez como una
etapa distinta y la última en el desarrollo del ciclo de la vida. En esta
etapa, ya los hijos son adultos, muchas veces se han casado, tienen hijos
propios, y viven lejos de los padres y madres. Probablemente el esposo o esposa
y varias amistades han muerto. Algunas personas pueden padecer un deterioro
mental o físico por lo cual requieran institucionalización. Por estas
circunstancias, la vejez muchas veces se distingue como una etapa sin funciones
sociales o una fase que acorta la actividad social y la persona va alejándose
de la sociedad o puede enfrentarse a un posible aislamiento social.
Según este autor, en la vejez, el conflicto
principal se plantea entre “generatividad” y “estancamiento”. La primera
consiste en la preocupación por afirmar y guiar a la generación siguiente,
incluyendo los conceptos de productividad y creatividad. Pero cuando este
enriquecimiento falla hay una regresión a una necesidad obsesiva de
seudointimidad acompañada por un sentimiento de estancamiento, aburrimiento y
empobrecimiento interpersonal.
La resolución, satisfactoria o no, del
conflicto que aparece en este estadio dará lugar al último ciclo, que se
planteará entre la “integridad” y la “desesperación”. Por integridad del ego se entiende el aceptar
que el ciclo de vida de uno ha sido algo que debía ser y que por necesidad no
permitía ninguna sustitución. Aquellos que no son capaces de aceptar su vida,
pueden llegar a temer a la muerte, estar disgustados con ellos mismos y experimentar
remordimiento y desesperación. Si se logra un compromiso con la integración y
la crisis de la vejez se resuelve, emerge la fortaleza de la sabiduría, la cual
implica que el individuo es capaz de aceptar que la vida está llegando a un
final. De acuerdo a Erikson, este entendimiento establece un balance entre la
disminución de potencia o fuerza en la vejez y permite al individuo servir de
ejemplo a generaciones futuras. Por el contrario, la desesperación representa
un rechazo de la vida pasada y conlleva un temor a la muerte por no tener
suficiente tiempo para rehacer los errores del pasado. Cuando la persona
aprecia la continuidad de su pasado, presente y futuro, acepta el ciclo vital y
su estilo de vida, y puede contribuir con su sabiduría al desarrollo de otros.
Es decir, entiende y evalúa logros y fracasos, y se reconcilia con la muerte
logrando la integridad de su ego.
En cuanto a los factores sociales, podemos
decir que el hombre es fundamentalmente un ser social, por lo tanto, toda
consideración sobre la psicología del envejecimiento debe hacerse dentro del
encuadre social en donde se desarrolla y con la interacción entre ambos, ya que
son relevantes las interacciones entre el individuo y los varios ambientes
(familiares, sociales o históricos).
Sintetizando, se puede decir que la vejez es una etapa más de la vida, al
igual que la niñez y la juventud, y el envejecimiento
es un proceso en constante evolución.
La
vejez es una etapa en el ciclo de la vida en la cual las personas poseen menos
control de lo que les ocurre que en otras etapas del desarrollo, y en la cual
se confrontan una serie de eventos, que pueden verse como positivos o
negativos, dependiendo de muchos factores. Por ejemplo, el retiro del empleo
con la consiguiente jubilación, para algunas personas puede ser visto como algo
positivo y para otras como algo negativo.
Independientemente
de que los eventos sean positivos o negativos, debe ocurrir un ajuste a los
cambios si los individuos quieren alcanzar un nivel de satisfacción en
cualquier etapa de su ciclo de vida. Muchas personas de mayor edad están
satisfechas con su vejez y la entienden como una extensión de su pasado.
El
viejismo, por otro lado, es una
conducta social compleja con dimensiones históricas, culturales, sociales,
psicológicas e ideológicas, y es usada para devaluar, consciente o
inconscientemente, el status social de las personas viejas; su construcción
está basada en la estereotipia, y la utilización generalizadora de este
componente psicosocial lleva a la construcción de las estructuras de los
prejuicios que luego son usados en contra de la población vieja. Este concepto
fue descripto y estudiado por Robert Butler a comienzos de la década del 70.
El
viejismo se aplica principalmente al prejuicio de la gente joven hacia la gente
vieja, es decir, define el conjunto de prejuicios, estereotipos y
discriminaciones que se aplican a los viejos simplemente en función de su edad.
Los
prejuicios contra la vejez, como cualquier otro prejuicio, son adquiridos
durante la infancia y luego se van asentando y racionalizando durante el resto
de la vida de los seres prejuiciosos.
Según Salvarezza (2002), uno de los prejuicios más comúnmente
extendidos es el de que los viejos son todos enfermos o discapacitados porque
pasan mucho tiempo en cama a causa de enfermedades, tienen accidentes en el
hogar, tienen pobre coordinación psicomotriz, desarrollan infecciones
fácilmente, una gran proporción se encuentra hospitalizada o vive en
residencias geriátricas, sus capacidades muestran un alto grado de declinación
con el paso de los años, etc. Esto se debe a que se establece una fuerte
sinonimia viejo=enfermo que se comporta como una profecía autopredictiva que
termina por internalizarse en los propios viejos. Pero
si una persona llega a vieja, es porque no ha sufrido grandes enfermedades. Esa
asociación entre vejez y enfermedad es falsa, ya que la enfermedad puede estar
asociada a cualquier edad de la vida.
Las
personas víctimas del viejismo se consideran desde el punto de vista social
como enfermas, seniles, deprimidas, asexuadas, pasadas de moda, etc., sus
problemas físicos y mentales tienden a ser fácilmente ignorados y con
frecuencia no se tienen en cuenta sus necesidades económicas y sociales. El
viejismo lleva a las generaciones jóvenes a ver a los viejos como diferentes, a
no considerarlos como seres humanos con iguales derechos y no les permite a
ellos, los jóvenes, identificarse con los viejos. Se tiende a ver la vejez como
un futuro muy lejano, impidiendo esto enfrentar el propio envejecimiento.
El
distanciamiento social se ve como una consecuencia del desapego individual que
suele ocurrir en la vejez, conectado con la falta de oportunidades que brinda
la sociedad y el escaso interés que manifiesta por las contribuciones de los
viejos. Según dichos de Salvarezza (2002), el desapego no es ni natural ni
inevitable, y cuando ocurre es por la falta de oportunidades que la sociedad
brinda a los viejos para que puedan seguir ejerciendo sus roles sociales con un
buen grado de compromiso.
Según
Neugarten (1970, en Salvarezza 2002), todos los individuos, no importa el grupo
social al que pertenezcan, desarrollan la idea de un “ciclo vital normal y
esperable”, es decir, que ciertos acontecimientos deben ocurrir en determinados
momentos de la vida, y que un reloj mental interno les va señalando si están en
tiempo o no.
En
conclusión, en el proceso de envejecimiento, los factores psicológicos,
biológicos y sociales deben ser observados en la totalidad de su interacción y
en las resultantes (envejecimiento individual).
Simone de Beauvoir (1970, citada en
Salvarezza, 2002) sostiene que “para que la vejez no sea una parodia
ridícula de nuestra existencia anterior
no hay más que una solución y es seguir persiguiendo fines que den un sentido a
nuestra vida: dedicación a individuos, colectividades, causas, trabajo social o
político, intelectual, creador.”[1]
La
insatisfacción y la angustia consecuente sólo sobrevendrán en aquellas personas
que permanezcan inmersas en una situación competitiva con el recuerdo de sí
mismos cuando jóvenes. El secreto del buen envejecer estará dado por la
capacidad que tenga el sujeto de aceptar y acompañar estas inevitables
declinaciones sin insistir en mantenerse joven a cualquier precio. Esto no
quiere decir que se renuncie, sino que hay que mantener una lucha activa para
tratar de obtener el máximo de satisfacción con el máximo de las fuerzas de que
se disponga en cada momento.
BIBLIOGRAFÍA
-
Sánchez Salgado, Carmen Delia: Gerontología
social. Editorial Espacio. Bs. As. 2005. 1ª. Reimpresión.
-
Salvarezza, Leopoldo: Psicogeriatría.
Teoría y clínica. Paidós. Psicología Profunda. Bs. As. 2002.
[1] Salvarezza, Leopoldo: Psicogeriatría. Teoría y clínica. Paidós.
Psicología Profunda. Bs. As. 2002. Pág. 24.
domingo, 18 de enero de 2015
Cuento sufí: TODO PASA
Hubo una vez un rey que dijo
a los sabios de la corte:
- Me estoy fabricando un precioso anillo. He conseguido uno de los mejores diamantes posibles. Quiero guardar oculto dentro del anillo algún mensaje que pueda ayudarme en momentos de desesperación total, y que ayude a mis herederos, y a los herederos de mis herederos, para siempre. Tiene que ser un mensaje pequeño, de manera que quepa debajo del diamante del anillo.
Todos quienes escucharon eran sabios, grandes eruditos; podrían haber escrito grandes tratados, pero darle un mensaje de no más de dos o tres palabras que le pudieran ayudar en momentos de desesperación total... Pensaron, buscaron en sus libros, pero no podían encontrar nada.
El rey tenía un anciano sirviente que también había sido sirviente de su padre. La madre del rey murió pronto y este sirviente cuidó de él, por tanto, lo trataba como si fuera de la familia. El rey sentía un inmenso respeto por el anciano, de modo que también lo consultó. Y éste le dijo:
- No soy un sabio, ni un erudito, ni un académico, pero conozco el mensaje. Durante mi larga vida en palacio, me he encontrado con todo tipo de gente, y en una ocasión me encontré con un místico. Era invitado de tu padre y yo estuve a su servicio. Cuando se iba, como gesto de agradecimiento, me dio este mensaje - el anciano lo escribió en un diminuto papel, lo dobló y se lo dio al rey- Pero no lo leas -le dijo- mantenlo escondido en el anillo. Ábrelo sólo cuando todo lo demás haya fracasado, cuando no encuentres salida a la situación.
Ese momento no tardó en llegar. El país fue invadido y el rey perdió el reino. Estaba huyendo en su caballo para salvar la vida y sus enemigos lo perseguían. Estaba solo y los perseguidores eran numerosos. Llegó a un lugar donde el camino se acababa, no había salida: enfrente había un precipicio y un profundo valle; caer por él sería el fin. Y no podía volver porque el enemigo le cerraba el camino. Ya podía escuchar el trotar de los caballos.
No podía seguir hacia delante y no había ningún otro camino...
De repente, se acordó del anillo. Lo abrió, sacó el papel y allí encontró un pequeño mensaje tremendamente valioso: Simplemente decía: "ESTO TAMBIÉN PASARÁ". Mientras leía "esto también pasará" sintió que se cernía sobre él un gran silencio. Los enemigos que le perseguían debían haberse perdido en el bosque, o debían haberse equivocado de camino, pero lo cierto es que poco a poco dejó de escuchar el trote de los caballos. El rey se sentía profundamente agradecido al sirviente y al místico desconocido.
Aquellas palabras habían resultado milagrosas. Dobló el papel, volvió a ponerlo
en el anillo, reunió a sus ejércitos y reconquistó el reino. Y el día que
entraba de nuevo victorioso en la capital hubo una gran celebración con música,
bailes... y él se sentía muy orgulloso de sí mismo.
El anciano estaba a su lado en el carro y le dijo: Este momento también es adecuado: vuelve a mirar el mensaje.
- ¿Qué quieres decir? -preguntó el rey-. Ahora estoy victorioso, la gente celebra mi vuelta, no estoy desesperado, no me encuentro en una situación sin salida.
- Escucha -dijo el anciano- este mensaje no es sólo para situaciones desesperadas; también es para situaciones placenteras.
No es sólo para cuando estás derrotado; también es para cuando te sientes victorioso. No es sólo para cuando eres el último; también es para cuando eres el primero.
El rey abrió el anillo y leyó el mensaje: "Esto también pasará", y nuevamente sintió la misma paz, el mismo silencio, en medio de la muchedumbre que celebraba y bailaba, porque el orgullo, el ego, había desaparecido. El rey pudo terminar de comprender el mensaje. Se había iluminado. Entonces el anciano le dijo:
- Recuerda que todo pasa. Ninguna cosa ni ninguna emoción son permanentes. Como el día y la noche, hay momentos de alegría y momentos de tristeza. Acéptalos como parte de la dualidad de la naturaleza porque son la naturaleza misma de las cosas.
Lic. Maria Eugenia Guerrini
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