“¡Ochenta años! ¡Ni ojos, ni oídos,
ni dientes, ni piernas, ni aliento! ¡Y es asombroso, al fin de cuentas, cómo
uno llega a prescindir de ellos!”
Diario de Claudel, citado por Simone de Beauvoir, 1970
Un
eje de intervención desde el Trabajo Social es la activación de la resiliencia
en las familias que atraviesan un conflicto o un problema. Dice Ernesto Sábato:
“el
ser humano sabe hacer de los obstáculos nuevos caminos, porque a la vida le
basta el espacio de una grieta para renacer”.
Los
seres humanos tenemos la capacidad para devenir resilientes y poder enfrentar
los eventos negativos y las situaciones de adversidad que nos afectan.
Entendemos por resiliencia la capacidad de los seres humanos de superar los
efectos de una adversidad a la que están sometidos e, incluso, de salir
fortalecidos de la situación. Y en este proceso necesitamos del otro como punto
de apoyo para la superación de esa adversidad. El secreto está en ayudar a los
viejos a fortalecerse, a reconocer sus fortalezas y confiar en ellas, y a
adquirir mayor conciencia social para promover cambios que reduzcan la
inequidad y el sufrimiento.
Si
partimos de lo que las personas de edad avanzada tienen, podremos trabajar no
sólo buscando recursos institucionales, sino también aprovechando los recursos
vinculares que serán los que apunten a lograr algunas transformaciones y
modificaciones en la vida cotidiana de ellos y de sus familias.
Los factores favorecedores de resiliencia individual son la
autoestima, la autoconfianza, los vínculos afectivos amigables, los lugares y
personas que posibilitan contención, una visión optimista de la vida, todo lo
que favorezca la posibilidad de desarrollar responsabilidad y la capacidad de
tomar decisiones, en la medida en que el desarrollo personal lo permita, lo que
favorezca la libertad en el marco de normas de respeto a cada uno, lo que
estimule la clarificación o posibilidad de realización de objetivos de vida en
los que el dar y darse sea gratificante, en donde el cooperar con otros sea un
valor positivo.
Los factores obstaculizadores de resiliencia individual son
la falta de vínculos afectivos, la falta de inserción social, la carencia de
objetivos de vida alentadores, y lo opuesto a cada uno de los puntos
favorecedores de la resiliencia.
Las
investigaciones gerontológicas muestran que los ancianos que no desarrollan
ninguna actividad se enferman más y mueren más jóvenes que los que se mantienen
dinámicos y conservan o establecen nuevas redes vecinales o grupos de pares y
familiares.
Se
deduce, entonces, que uno de los factores de riesgo principales del deterioro
de la calidad de vida en la vejez es el aislamiento social, ligado a la
exclusión y al rechazo.
La
salida del sistema laboral es un ejemplo, cuando es experimentada como un
acontecimiento de derrumbe, de caída vertiginosa, que afecta no sólo por la
pérdida del poder adquisitivo, sino también por la pérdida del poder cultural,
ya que los aleja del circuito productivo en su sentido más amplio, en cuanto a
los hechos que protagonizan los hombres cotidianamente al salir a la búsqueda
del sustento.
Los
adultos más afectados con el desencadenamiento de tantos efectos negativos son
los que se encuentran sin familia nuclear, desvinculados de parientes y sin
haber logrado cultivar una red de amigos.
Otros
casos de derrumbe comienzan a partir de la viudez, ante la enfermedad y muerte
del cónyuge, lo cual deja en soledad y sin lazos establecidos al otro miembro
de la pareja.
“El enfoque de la resiliencia permite reconocer y potenciar aquellos
recursos personales e interpersonales que protegen el desarrollo de las
personas y su capacidad constructiva, aún durante su envejecimiento.”[1]
La
recreación en los adultos mayores tiene como objetivo principal la praxis de
una educación permanente que prioriza en cada actividad la apropiación que el
adulto mayor pueda realizar de sus aprendizajes significativos para el uso de
su tiempo libre. Haciendo uso creativo del tiempo libre, el adulto mayor
pretende asegurar las condiciones necesarias para fomentar su desarrollo y la
búsqueda de su plenitud, favoreciendo el encuentro consigo mismo y con sus
potencialidades, con el fin de incidir favorablemente en su calidad de vida.
Las
sucesivas pérdidas que el paso del tiempo supone en todos los órdenes implican
para el ser humano un desafío: aprender a compensar las pérdidas con ganancias,
valorando y reforzando lo que no necesariamente se pierde: la dimensión
imaginario-simbólica en la cual se asienta el acceso a la sabiduría en la
vejez.
La
vida está signada por la muerte. Pero la muerte es inherente a la vida, no a la
vejez. La vejez debe ubicarse del lado de la vida, no de la muerte. En el
envejecer, cuando las redes naturales comienzan a achicarse y decrecer, para
estar resiliente es fundamental el proceso interactivo entre el sujeto
envejeciente y su medio. A esta edad se pone en juego la importancia de contar
con otro significativo, tanto sea un nuevo compañero, un cuidador o una
mascota, a través de los cuales poder sentirse reconocido o necesitado por algo
o alguien que otorgará sentido al levantarse cada día y organizar la rutina
diaria.
Bibliografía:
- Melillo, Aldo; Suárez Ojeda, Elbio Néstor; Rodríguez, Daniel: Resiliencia y subjetividad. Los ciclos de la vida. Paidós. Bs. As. 2004.
[1] Knopoff, René; Santagostino, Lucila; Zarebski, Graciela: Resiliencia
y envejecimiento en Melillo, Aldo;
Suárez Ojeda, Elbio Néstor; Rodríguez, Daniel: Resiliencia y subjetividad.
Los ciclos de la vida. Ed. Paidós. Tramas sociales. Bs. As. 2004. Capítulo
11. Pág. 218.
No hay comentarios:
Publicar un comentario