Ángela María Quintero Velázquez define
a la familia como el “grupo de convivencia basado en el
parentesco, la filiación y la alianza; sus miembros están ligados por sangre o
por afinidad, lo cual crea una serie de relaciones, obligaciones y emociones.
Es el espacio para la socialización del individuo, el desarrollo del afecto y
la satisfacción de necesidades sexuales, sociales, emocionales y económicas, y
el primer agente transmisor de normas, valores, símbolos, ideología e
identidad, donde se focalizan las acciones de las demás instituciones”[1]. Agrega,
además, que la familia implica un contacto y una interacción mayor de los que
se dan en el mundo público y que lo que le ocurre a un miembro repercute en los
demás miembros de la familia.
Por otro lado, Liliana Barg (2004)
considera que es la familia la que puede ofrecer el marco como estructura
estable de sostén y vínculos con otros. El afecto, la permanencia, el refugio
hacia adentro, en el mundo privado, son propios de la familia.
La
familia hace dos cosas: asegura la supervivencia física y construye lo
esencialmente humano del hombre. La familia es el contexto natural para crecer
y para recibir auxilio, es un grupo natural que en el curso del tiempo ha
elaborado pautas de interacción. Estas constituyen la estructura familiar que,
a su vez, rige el funcionamiento de los miembros de la familia, define su gama
de conductas y facilita su interacción recíproca. La familia necesita de una
estructura viable para desempeñar sus tareas esenciales, es decir, apoyar la
individuación al tiempo que proporciona un sentimiento de pertenencia (Eroles,
2001).
La
familia es poderosa por su influencia perdurable en las vidas humanas. Es el
primer grupo con el cual entramos en contacto al nacer, y dentro del cual
permaneceremos toda o la mayor parte de nuestra vida. La familia influye en el
proceso de nuestra socialización y desarrollo de nuestra personalidad.
Hasta
el momento, ninguna otra institución humana o social ha logrado suplir el
funcionamiento de la familia, sobre todo en la satisfacción de las necesidades
biológicas y afectivas de los individuos. La familia cambia y continuará
cambiando; por consiguiente, también cambia la ubicación de los viejos dentro
de ella.
La
familia posmoderna se caracteriza por relaciones entre cuatro y aun cinco
generaciones dentro de ella, por la provisión de socialización, tanto hacia
atrás como hacia delante a lo largo del curso de la vida, y por la oportunidad
para los adultos de disfrutar de compañía recíproca dentro de la familia.
Pero
hoy en día se valoriza la independencia y los hijos, en muchos casos, se
comunican con sus padres a distancia. Las personas viejas son cada vez menos
propensas a compartir la vivienda con los hijos.
Las
personas pueden debilitarse social, física y emocionalmente si no reciben o
perciben señales de amparo de sus seres significativos que las hagan sentir
seguras y valiosas. Los sistemas de apoyo informales son recursos esenciales en
la provisión de asistencia afectiva y financiera, ayudas en las tareas del
diario vivir. Esta dedicación y cooperación emana de sentimientos afectivos y
de un sentido de solidaridad. Las relaciones con la familia de procreación
(esposa, esposo, hijos) se encuentran entre las más vitales y esenciales. A
mayor edad, más vital la relación. Las relaciones maritales son una prioridad
para las personas de mayor edad, seguidas por las relaciones con los hijos/as.
La convivencia familiar y el sistema de apoyo de la familia es una de las
fuentes de mayor satisfacción y valía para la persona de mayor edad.
La
familia sigue siendo la institución social primaria de ayuda para las personas
de edad avanzada a pesar de su estructura y funciones cambiantes. La familia
brinda a los viejos un auxilio de tipo material, emocional y social durante los
tiempos normales y también en los de crisis. La incapacidad o impedimentos para
llevar una vida independiente, hacen imperativo que la familia asuma un rol más
activo en la provisión de cuidados y servicios a los ancianos y representa el
factor principal para reducir la posibilidad de institucionalización de
personas seriamente incapacitadas o enfermas.
En
los últimos años la estructura familiar ha experimentado una serie de cambios
socio-demográficos que podrían arriesgar la provisión de ayuda informal
familiar a la persona de edad avanzada. Una serie de factores de diversa índole
y la multiplicidad de funciones que desempeñan, conllevan a que los familiares
que proveen el cuidado deban soportar un grado elevado de tensión.
Pero
a veces, debido a las múltiples obligaciones que tienen los familiares que se
ocupan de los ancianos, se opta por la institucionalización, aunque el anciano
pueda valerse por sus propios medios.
La
mayoría de las familias con personas ancianas incapacitadas hacen esfuerzos
cuantiosos para mantenerlas en la comunidad. La familia sostiene el peso mayor
en la prestación de cuidados y servicios al anciano o anciana y representa el
factor principal para reducir la posibilidad de institucionalización en caso de
estar incapacitadas o enfermas. El colocar la persona anciana en un asilo suele
ser el último recurso utilizado por las familias. En general, las familias que
internan sus miembros ancianos en las instituciones de larga duración han
agotado todas las opciones, padecen toda clase de crisis (económicas, sociales
y personales) en este proceso y tomaron la decisión final con gran resistencia.
Según
los dichos de Sánchez Salgado (2005), a pesar de la creencia común de que las
personas ancianas en el mundo contemporáneo han sido abandonadas por su
familia, las investigaciones a nivel mundial la desmienten. Por el contrario,
ellas están integradas a un sistema de parentesco con lazos filiales intensos.
La familia mantiene una posición de prominencia dentro del espacio vital
psicológico de estas personas por virtud de su habilidad para proveer seguridad
emocional y material. La presencia o la ausencia de esta red pronostican el
nivel de autonomía y bienestar de una persona anciana. Ella continúa siendo la
principal fuente de protección de los adultos de edad avanzada y a la que
acuden generalmente en primera instancia.
La
contribución de la familia es de tipo práctico, emocional y material. El tipo
de asistencia, la forma y la frecuencia con que se ofrece la ayuda está
conectada a la dinámica particular de cada unidad familiar y a factores
socioestructurales y demográficos.
La
reciprocidad y la responsabilidad filial son componentes que unen a los
miembros de la familia. Aquellos que han recibido apoyo pueden tener
sentimientos y obligaciones recíprocas que a su vez pueden llevar a
convertirlos en ayuda cuando cambien las circunstancias. El sentido de deber
filial se mantiene como un valor fuerte en las familias latinoamericanas, y
motiva a los hijos e hijas para responder a sus padres que requieren cuidados
en la edad avanzada, independientemente de la expectativa de algún tipo de
recompensas. El compromiso, el amor incondicional y la reciprocidad integran el
cimiento de la relación de padres ancianos y sus hijos.
La
protección familiar puede ser combinada o servir de refuerzo a otros apoyos
informales provistos por amigos, vecinos o grupos comunales, así como la
asistencia formal que provee el gobierno o las entidades voluntarias.
En
conclusión, las relaciones familiares tienen gran importancia en la tercera
edad ya que se ha comprobado que la salud física y psicológica se incrementa en
personas cuyos lazos afectivos familiares son fuertes, en comparación con
personas que por algún motivo tienen que vivir solos o en instituciones para
ancianos.
BIBLIOGRAFÍA
-
Barg, Liliana: La intervención con familia.
Espacio. Bs. As. 2000.
- Eroles, Carlos: Familia y Trabajo Social.
Un enfoque clínico e interdisciplinario de la intervención profesional.
Espacio. Bs. As. 2001.
-
Hidalgo, Jorge: El envejecimiento. Aspectos
sociales. Ed. De la
Universidad de Costa Rica. Costa Rica. 2001.
- Minor, Leonardo; Kaemppffmam,
Graciela: La problemática del
anciano institucionalizado.
- Piña Morán, Marcelo: Gerontología social
aplicada. Visiones estratégicas para el Trabajo Social. Editorial Espacio.
Bs. As. 2004.
- Quintero Velásquez, Ángela María: Trabajo
Social y procesos familiares. Lumen Humánitas. Bs. As. 1997. 2ª.
Reimpresión.
- Quintero Velásquez, Ángela María: El
Trabajo Social Familiar y el enfoque sistémico. Lumen Humánitas. Bs. As.
2004. 2ª. Reimpresión.
- Quintero Velásquez, Ángela María: Diccionario
especializado en familia y género. Lumen Humánitas.
Bs. As. 2007.
- Sánchez Salgado, Carmen Delia: Gerontología
social. Editorial Espacio. Bs. As. 2005. 1ª. Reimpresión.
[1] Quintero Velázquez, Ángela María: Diccionario especializado en
familia y género. Editorial Lumen Humánitas. Bs. As. 2007. Pág. 59.
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