El enfoque de riesgo y la resiliencia
están íntimamente relacionados.
El
primero permite identificar los factores considerados como potencialmente
dañinos para una persona o una población, sobre los cuales es necesario
intervenir para evitar que afecten a los individuos sanos o que agraven una
situación problemática ya existente.
La segunda permite ayudar a esos
individuos y a los grupos a identificar los recursos, las fortalezas, las
habilidades y las posibilidades que ellos poseen, y usarlas para conseguir su
desarrollo, lograr sus metas y superar sus dificultades.
A este enfoque, el de
la resiliencia, se lo ha denominado modelo
de desafío, y consiste en reconocer que los seres humanos no estamos
totalmente desprotegidos y vulnerables ante la fuerza de un evento que puede
implicar daño o riesgo de daño; todos poseemos una especie de escudo protector
que es la resiliencia, lo que evitará que esas fuerzas actúen
inexorablemente sobre nosotros atenuando
los efectos desagradables o nocivos, logrando a veces transformarlos en
factores de superación. La amenaza potencial se convierte en un reto o desafío
para que el individuo crezca y salga fortalecido (Puerta de Klinkert, 2002).
Por ejemplo, un medio
familiar y/o social problemático puede generar un riesgo de daño más o menos
severo en un niño, que hasta puede convertirse
en una patología claramente identificable. Pero al encontrarse con su
capacidad resiliente se puede convertir en un desafío que hace posible rebotar la
influencia dañina y, en lugar de sucumbir a la adversidad, el niño llega a
convertirse en un adulto sano, feliz y productivo, con una capacidad de resiliencia
que se renueva y crece con cada experiencia. En ese proceso de rebote se basa
el modelo de desafío. Este modelo modifica considerablemente la actitud mental
y la forma de ver y pensar con respecto a los niños y adolescentes que asumen
los padres, maestros, y profesionales que trabajan en la promoción de pautas sanas de convivencia y en la
prevención de la disfunciones familiares y sociales, porque centra su atención
en identificar los llamados factores protectores, que son los recursos con que
cuentan esos niños y adolescentes.
¿Cómo se desarrolla,
entonces, la capacidad resiliente?
-
Estableciendo
vínculos saludables y de cuidado dentro de la familia.
El profesional debe ayudar a las familias a activar la resiliencia entre sus
miembros, especialmente en los niños durante el proceso de crianza, ayudarlas a
reconocer y fortalecer los vínculos afectivos que los unen, la confianza básica
en sí mismos y entre ellos y a encontrar los recursos internos que poseen.
¿Cómo se logra este proceso? Mediante una revisión minuciosa de su historia de
vida, rastreando aquellas actitudes y comportamientos que consideran como
exitosos, y que contribuyeron a lograr ese éxito y motivándolos a usarlos con
mayor frecuencia.
En la etapa de la
adolescencia también es importante estimular la capacidad resiliente. Las
transformaciones biológicas de la pubertad, los cambios que acompañan el
despertar de la sexualidad, las relaciones cambiantes con la familia y los
pares, la habilidad creciente de los jóvenes para pensar en forma abstracta,
para considerar diferentes dimensiones de los problemas y para reflexionar
sobre sí mismos y los demás representan un momento crítico del desarrollo
humano. La superación saludable de esta etapa depende en gran medida de las
oportunidades que el medio ofrezca. El adolescente tiene que construir
conscientemente su propia resiliencia, potenciar las posibilidades y recursos
existentes para encaminar las alternativas de resolución de las diferentes
situaciones, no sólo elaborar respuestas extraordinarias para aconteceres
extraordinarios, sino respuestas resilientes para superar situaciones adversas en
su devenir cotidiano. La promoción de las propias capacidades y el desarrollo
de nuevas fortalezas es la clave para la promoción de la resiliencia. Es
fundamental, por lo tanto, la introspección individual y la interacción con los
pares y adultos.
Otro grupo etario que
debe ser considerado para trabajar desde el enfoque de la resiliencia, son los
adultos mayores. Las sucesivas pérdidas que el paso del tiempo supone en todos
los órdenes implican para el ser humano un desafío: aprender a compensar las pérdidas
con ganancias, valorando y reforzando lo que no necesariamente se pierde: la
dimensión imaginario-simbólica en la cual se asienta el acceso a la sabiduría
en la vejez. A esta edad se pone en juego la importancia de contar con otro
significativo, tanto sea un nuevo compañero, un cuidador o una mascota, a
través de los cuales poder sentirse reconocido o necesitado por algo o alguien
que otorgará sentido al levantarse cada día y organizar la rutina diaria.
La familia sigue siendo
la institución social primaria de ayuda para las personas de edad avanzada a
pesar de su estructura y funciones cambiantes. La familia brinda a los viejos
un auxilio de tipo material, emocional y social durante los tiempos normales y
también en los de crisis. La incapacidad o impedimentos para llevar una vida
independiente, hacen imperativo que la familia asuma un rol más activo en la
provisión de cuidados y servicios a los ancianos y representa el factor
principal para reducir la posibilidad de institucionalización de personas seriamente
incapacitadas o enfermas.
En los últimos años la
estructura familiar ha experimentado una serie de cambios socio-demográficos
que podrían arriesgar la provisión de ayuda informal familiar a la persona de
edad avanzada. Una serie de factores de diversa índole y la multiplicidad de
funciones que desempeñan, conllevan a que los familiares que proveen el cuidado
deban soportar un grado elevado de tensión.
Según lo expresa
Sánchez Salgado (2005, en Guerrini, 2010), a pesar de la creencia común de que
las personas ancianas en el mundo contemporáneo han sido abandonadas por su
familia, las investigaciones a nivel mundial la desmienten. La familia continúa
siendo la principal fuente de protección de los adultos de edad avanzada y a la
que acuden generalmente en primera instancia.
Para complementar el acompañamiento familiar y
trabajar desde el enfoque de la resiliencia,
se propone la apertura de espacios de participación grupal, en los
cuales los adultos mayores se encuentren con sus pares para realizar actividades
significativas según el contexto barrial en el que funcione y que puedan
transformarse en un medio para la formación de un grupo de pertenencia. El uso
creativo del tiempo libre en el adulto mayor pretende asegurar las condiciones
necesarias para fomentar el desarrollo y la búsqueda de su plenitud e incidir
favorablemente en su calidad de vida.
Entre los pilares que
sostienen la promoción de la resiliencia en adultos mayores encontramos el
humor, la creatividad, el juego, el armado de redes, la autogestión, y el
empoderamiento a través del protagonismo.
Las personas afectadas
por algún tipo de discapacidad también pueden trabajar con el enfoque de
resiliencia. En este caso se hace imprescindible el rol que juega la familia
y/o cuidadores. Independientemente de la naturaleza de la discapacidad, la
familia debe ayudar a la persona afectada para que aprenda abordarla. En el
lenguaje de la resiliencia, una discapacidad es una adversidad que puede ser
enfrentada y superada, tanto por la persona afectada como por la familia. Ello
se logra brindando apoyo, construyendo fortalezas internas y adquiriendo
destrezas para el desempeño interpersonal y la resolución de problemas.
-
Promoviendo
la resiliencia y la autoestima desde los distintos espacios de la comunidad. Es
fundamental trabajar con el enfoque de resiliencia en las escuelas donde los
niños y jóvenes están varias horas al día; en los espacios organizados para la
participación (clubes, iglesias, asociaciones vecinales, partidos políticos,
centros de jubilados, etc.); en los centros de desarrollo comunitario, donde
hay un equipo de profesionales de diferentes disciplinas que brindan una
cobertura integral a las distintas problemáticas; en los espacios culturales
que brindan los municipios; en las ONGs, etc.
Todos estos espacios brindan el desarrollo de actividades colectivas y
cooperativas que permiten aprendizajes sociales importantes.
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Trabajando
con una perspectiva familiar y social, y no sólo individual,
que transmita las nociones de autoestima y resiliencia que hemos desarrollado
ampliamente en este trabajo. Esto es posible a través de la activación de las
redes sociales informales de apoyo o redes primarias que son las conformadas
por los miembros de la familia conviviente, la familia extensa, amigos y vecinos.
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