"El grado del éxito de un hombre lo determina el dominio que tenga sobre sí mismo, mientras que la profundidad de su fracaso lo determinará la forma en que se abandone..."
Leonardo Da Vinci

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sábado, 24 de enero de 2015

LA VEJEZ

Hace más de un siglo y medio, un maestro regresaba a su casa, en un pequeño pueblo. Le llamó la atención una luz en la ventana del zapatero, y al asomarse vio a éste trabajando a la luz de una vela a punto de extinguirse.

Entró su esposa y le dijo: “Ya es tarde, la cena está lista, ven a comer.”

Respondió el zapatero: “Ya voy. Mientras arde la vela, algo puede hacerse.”

Se alejó el maestro, reflexionando sobre la escena.


Al día siguiente, les dijo a sus alumnos: “Ayer aprendí una muy importante lección de un viejo y humilde zapatero: mientras arde la vela, algo puede hacerse. Se trata de la vela de la vida: mientras hay vida, se puede reemprender el camino elegido. 

En la teoría del desarrollo, la vejez es la última etapa de la vida. El envejecer es un proceso  complejo y fascinante que experimentan todos los seres humanos. Es un cambio continuo que ocurre a través de toda la vida desde el mismo momento del nacimiento. Se manifiesta de una forma compleja por todas las múltiples facetas (fisiológicas, emocionales, cognitivas, sociológicas, económicas e interpersonales) que influyen en el funcionamiento y bienestar social.
El envejecimiento se conceptualiza como una experiencia natural dinámica y evolutiva. Esta vivencia es fascinante porque los cambios ocurren de manera diferente en cada una de las personas. La vejez es una etapa en el curso de la vida de cada individuo, una fase natural con ventajas y desventajas.
Cada persona envejece en función de cómo haya vivido, por lo tanto, el envejecimiento es un proceso diferencial.
Robert Butler y Myrna Lewis (1982, en Sánchez Salgado, 2005) opinan que la vejez tiene una tarea única en el desarrollo: aclarar, profundizar y encontrar utilidad para lo que se haya logrado en el aprendizaje y adaptación en etapas previas de la vida.
Hoy día, se presta atención a la influencia de factores ambientales y sociales, y se considera que la personalidad y los patrones de comportamiento continúan cambiando a través del ciclo de vida en respuesta a una variedad de sucesos y condiciones. Muchos eventos en la vida, de gran significado para las personas, ocurren en la adultez mediana y las oportunidades en este período tienen grandes consecuencias para la calidad de vida en la vejez (Quadagno, 1998, en Sanchez Salgado, 2005).
En los últimos años, el crecimiento de la población vieja ha sido desproporcionado con respecto al crecimiento total, y esto ha generado una preocupación por entender el fenómeno. Aparece, entonces, la Gerontología Social, como una disciplina separada que busca su lugar dentro de las ciencias, y a través de la cual se dejó atrás la idea de representar a la vejez como un período vital de crisis o como una etapa problemática, y se decidió destacar las transiciones al describir los cambios comunes en la adultez y adultez tardía. Una transición puede definirse como moverse de una etapa o evento de vida a otro con varios grados de inestabilidad en el proceso adaptativo, incluyendo los cambios en las funciones sociales que hace la persona. Las transiciones en la etapa de la vejez son las siguientes: la sobrevivencia a los años de adultez mediana y vejez, el sentido del nido vacío, el retiro del empleo, la etapa de ser abuelo o abuela, la soltería en la edad avanzada provocada por la viudez, el divorcio y los cambios en vivienda.
Los viejos no son ni más ni menos que personas con su propia individualidad. Cada uno envejecerá a su manera y dependiendo de sus circunstancias, como pasa en cualquier etapa de la vida. Envejecer tiene una instancia de decisión. Uno decide, individual y subjetivamente, cuándo se considera un viejo. Pero el viejo no vive sólo, y la mirada del conjunto es muchas veces negativa y discriminante.

Las etapas de desarrollo del individuo en el ciclo de la vida, también han sido consideradas a base de unos relojes que marcan tres tipos de edades en el ser humano:

  • Edad biológica: determina la edad cronológica según la persona avanza en edad, considerando su desarrollo físico. Se mide por el reloj biológico.
  • Edad psicológica: se relaciona con la capacidad de adaptabilidad que un sujeto manifiesta ante los distintos eventos que la vida puede depararle (estructurales, históricos, sociales). Es lo que se llama "madurez" en el lenguaje cotidiano, y de hecho esta capacidad se logra a través de los años, con la experiencia que se va acumulando. Se mide por el reloj psicológico que revela cómo los individuos se sienten hacia ellos mismos y hacia sus habilidades, y cómo perciben las expectativas y el comportamiento.
  • Edad social: se encuentra determinada por las funciones y posición social que la persona ocupa en el transcurso de su vida. Éstas se relacionan íntimamente con las crisis, tareas del desarrollo y la edad cronológica. Se mide por el reloj social.

    Una vez revisados los tipos de edades, podremos afirmar que la edad no es un indicador de vejez. El viejo, como cualquier sujeto, no puede ser definido en su totalidad por un sólo enfoque o disciplina, ya que en él se involucran tres áreas principales: la psicológica, la biológica y la social.

    Los factores biológicos están siempre presentes aunque su desarrollo no es cronológicamente idéntico para cada capacidad ni para cada individuo, y dependerá de la personalidad previa de cada uno y del rol socioeconómico que desempeñe.

    Los factores psicológicos fueron estudiados por Erikson en 1968, quien se ocupó del tema del envejecimiento y la vejez en el marco de su teoría epigenética, que describe una serie de fases del desarrollo de la personalidad en función de su adecuación a ciertas variables psicosociales.

    Erikson identificaba la vejez como una etapa distinta y la última en el desarrollo del ciclo de la vida. En esta etapa, ya los hijos son adultos, muchas veces se han casado, tienen hijos propios, y viven lejos de los padres y madres. Probablemente el esposo o esposa y varias amistades han muerto. Algunas personas pueden padecer un deterioro mental o físico por lo cual requieran institucionalización. Por estas circunstancias, la vejez muchas veces se distingue como una etapa sin funciones sociales o una fase que acorta la actividad social y la persona va alejándose de la sociedad o puede enfrentarse a un posible aislamiento social.

    Según este autor, en la vejez, el conflicto principal se plantea entre “generatividad” y “estancamiento”. La primera consiste en la preocupación por afirmar y guiar a la generación siguiente, incluyendo los conceptos de productividad y creatividad. Pero cuando este enriquecimiento falla hay una regresión a una necesidad obsesiva de seudointimidad acompañada por un sentimiento de estancamiento, aburrimiento y empobrecimiento interpersonal.

    La resolución, satisfactoria o no, del conflicto que aparece en este estadio dará lugar al último ciclo, que se planteará entre la “integridad” y la “desesperación”.  Por integridad del ego se entiende el aceptar que el ciclo de vida de uno ha sido algo que debía ser y que por necesidad no permitía ninguna sustitución. Aquellos que no son capaces de aceptar su vida, pueden llegar a temer a la muerte, estar disgustados con ellos mismos y experimentar remordimiento y desesperación. Si se logra un compromiso con la integración y la crisis de la vejez se resuelve, emerge la fortaleza de la sabiduría, la cual implica que el individuo es capaz de aceptar que la vida está llegando a un final. De acuerdo a Erikson, este entendimiento establece un balance entre la disminución de potencia o fuerza en la vejez y permite al individuo servir de ejemplo a generaciones futuras. Por el contrario, la desesperación representa un rechazo de la vida pasada y conlleva un temor a la muerte por no tener suficiente tiempo para rehacer los errores del pasado. Cuando la persona aprecia la continuidad de su pasado, presente y futuro, acepta el ciclo vital y su estilo de vida, y puede contribuir con su sabiduría al desarrollo de otros. Es decir, entiende y evalúa logros y fracasos, y se reconcilia con la muerte logrando la integridad de su ego.

    En cuanto a los factores sociales, podemos decir que el hombre es fundamentalmente un ser social, por lo tanto, toda consideración sobre la psicología del envejecimiento debe hacerse dentro del encuadre social en donde se desarrolla y con la interacción entre ambos, ya que son relevantes las interacciones entre el individuo y los varios ambientes (familiares, sociales o históricos).

    Sintetizando, se puede decir que la vejez es una etapa más de la vida, al igual que la niñez y la juventud, y el envejecimiento es un proceso en constante evolución.

La vejez es una etapa en el ciclo de la vida en la cual las personas poseen menos control de lo que les ocurre que en otras etapas del desarrollo, y en la cual se confrontan una serie de eventos, que pueden verse como positivos o negativos, dependiendo de muchos factores. Por ejemplo, el retiro del empleo con la consiguiente jubilación, para algunas personas puede ser visto como algo positivo y para otras como algo negativo.

Independientemente de que los eventos sean positivos o negativos, debe ocurrir un ajuste a los cambios si los individuos quieren alcanzar un nivel de satisfacción en cualquier etapa de su ciclo de vida. Muchas personas de mayor edad están satisfechas con su vejez y la entienden como una extensión de su pasado.

El viejismo, por otro lado, es una conducta social compleja con dimensiones históricas, culturales, sociales, psicológicas e ideológicas, y es usada para devaluar, consciente o inconscientemente, el status social de las personas viejas; su construcción está basada en la estereotipia, y la utilización generalizadora de este componente psicosocial lleva a la construcción de las estructuras de los prejuicios que luego son usados en contra de la población vieja. Este concepto fue descripto y estudiado por Robert Butler a comienzos de la década del 70.

El viejismo se aplica principalmente al prejuicio de la gente joven hacia la gente vieja, es decir, define el conjunto de prejuicios, estereotipos y discriminaciones que se aplican a los viejos simplemente en función de su edad.

Los prejuicios contra la vejez, como cualquier otro prejuicio, son adquiridos durante la infancia y luego se van asentando y racionalizando durante el resto de la vida de los seres prejuiciosos.
Según Salvarezza (2002), uno de los prejuicios más comúnmente extendidos es el de que los viejos son todos enfermos o discapacitados porque pasan mucho tiempo en cama a causa de enfermedades, tienen accidentes en el hogar, tienen pobre coordinación psicomotriz, desarrollan infecciones fácilmente, una gran proporción se encuentra hospitalizada o vive en residencias geriátricas, sus capacidades muestran un alto grado de declinación con el paso de los años, etc. Esto se debe a que se establece una fuerte sinonimia viejo=enfermo que se comporta como una profecía autopredictiva que termina por internalizarse en los propios viejos. Pero si una persona llega a vieja, es porque no ha sufrido grandes enfermedades. Esa asociación entre vejez y enfermedad es falsa, ya que la enfermedad puede estar asociada a cualquier edad de la vida.

Las personas víctimas del viejismo se consideran desde el punto de vista social como enfermas, seniles, deprimidas, asexuadas, pasadas de moda, etc., sus problemas físicos y mentales tienden a ser fácilmente ignorados y con frecuencia no se tienen en cuenta sus necesidades económicas y sociales. El viejismo lleva a las generaciones jóvenes a ver a los viejos como diferentes, a no considerarlos como seres humanos con iguales derechos y no les permite a ellos, los jóvenes, identificarse con los viejos. Se tiende a ver la vejez como un futuro muy lejano, impidiendo esto enfrentar el propio envejecimiento.

El distanciamiento social se ve como una consecuencia del desapego individual que suele ocurrir en la vejez, conectado con la falta de oportunidades que brinda la sociedad y el escaso interés que manifiesta por las contribuciones de los viejos. Según dichos de Salvarezza (2002), el desapego no es ni natural ni inevitable, y cuando ocurre es por la falta de oportunidades que la sociedad brinda a los viejos para que puedan seguir ejerciendo sus roles sociales con un buen grado de compromiso.

Según Neugarten (1970, en Salvarezza 2002), todos los individuos, no importa el grupo social al que pertenezcan, desarrollan la idea de un “ciclo vital normal y esperable”, es decir, que ciertos acontecimientos deben ocurrir en determinados momentos de la vida, y que un reloj mental interno les va señalando si están en tiempo o no.

En conclusión, en el proceso de envejecimiento, los factores psicológicos, biológicos y sociales deben ser observados en la totalidad de su interacción y en las resultantes (envejecimiento individual).

            Simone de Beauvoir (1970, citada en Salvarezza, 2002) sostiene que “para que la vejez no sea una parodia ridícula de nuestra existencia  anterior no hay más que una solución y es seguir persiguiendo fines que den un sentido a nuestra vida: dedicación a individuos, colectividades, causas, trabajo social o político, intelectual, creador.”[1]

            La insatisfacción y la angustia consecuente sólo sobrevendrán en aquellas personas que permanezcan inmersas en una situación competitiva con el recuerdo de sí mismos cuando jóvenes. El secreto del buen envejecer estará dado por la capacidad que tenga el sujeto de aceptar y acompañar estas inevitables declinaciones sin insistir en mantenerse joven a cualquier precio. Esto no quiere decir que se renuncie, sino que hay que mantener una lucha activa para tratar de obtener el máximo de satisfacción con el máximo de las fuerzas de que se disponga en cada momento.

BIBLIOGRAFÍA

-        Sánchez Salgado, Carmen Delia: Gerontología social. Editorial Espacio. Bs. As. 2005. 1ª. Reimpresión.
-        Salvarezza, Leopoldo: Psicogeriatría. Teoría y clínica. Paidós. Psicología Profunda. Bs. As. 2002.


[1] Salvarezza, Leopoldo: Psicogeriatría. Teoría y clínica. Paidós. Psicología Profunda. Bs. As. 2002. Pág. 24.  

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