"El grado del éxito de un hombre lo determina el dominio que tenga sobre sí mismo, mientras que la profundidad de su fracaso lo determinará la forma en que se abandone..."
Leonardo Da Vinci

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lunes, 5 de enero de 2015

COMO CONTRIBUYE LA FAMILIA EN LA FORMACIÓN DE LA AUTOESTIMA DE UN NIÑO

La meta adecuada de la crianza de los padres consiste en preparar a un hijo para que sobreviva de forma independiente en la edad adulta. El bebé empieza en una situación de total dependencia; si su crianza tiene éxito, al crecer pasará de esa dependencia a ser un ser humano que se respeta a sí mismo y que es responsable de sí mismo, capaz de responder a los retos de la vida. Así, será autosuficiente desde el punto de vista económico, intelectual y psicológico. La tarea humana primaria consiste en llegar a ser nosotros mismos. La meta central del proceso de maduración es la evolución hacia la autonomía.

Los hijos no crecen en el vacío, crecen en un contexto social. El desarrollo de la individuación y la autonomía tienen lugar mediante la relación con otros seres humanos. En las primeras relaciones de la niñez, un hijo puede experimentar seguridad que hace posible la aparición del yo, o bien la inestabilidad que descompone el yo antes de que se forme por completo. Durante los primeros 5 o 6 años de vida, la autoestima del niño quedará conformada casi exclusivamente por su familia. En la edad escolar recibirá otras influencias, pero serán más fuertes las familiares. Los padres son los arquitectos de la familia.

En las relaciones posteriores, un hijo puede tener la experiencia de ser aceptado y respetado, o rechazado y postergado. Las fuerzas externas tienden a reforzar los sentimientos de valía o inutilidad que el niño aprendió en el hogar. Un niño puede experimentar el equilibrio adecuado entre protección y libertad, o la sobreprotección que lo infantiliza o la subprotección que le exige recursos que puede no tener aún.

Estas experiencias contribuyen al tipo de identidad y de autoestima que se forman con el tiempo.

Entre las variadas investigaciones que se han realizado sobre las causas de la formación de una sana autoestima, podemos mencionar el estudio realizado por Coopersmith. Su objetivo era identificar las conductas de los padres encontradas con más frecuencia cuando los niños crecían manifestando una autoestima sana. Coopersmith no halló correlaciones significativas con factores como la riqueza familiar, la educación, la zona geográfica, la clase social, la profesión del padre, o el hecho de que la madre siempre estuviera en la casa. Lo que halló fue la importancia de la calidad de la relación entre el hijo y los adultos importantes de su vida.

Encontró cinco condiciones asociadas a una alta estima en los niños:
1-     El niño experimenta una total aceptación de los pensamientos, sentimientos y el valor de su propia persona.
2-     El niño funciona en un contexto de límites definidos e impuestos con claridad que son justos, no opresores y negociables. No se le da una libertad ilimitada, por lo tanto experimenta una sensación de seguridad.
3-     El niño experimenta respeto hacia su dignidad como ser humano. Los padres toman en serio las necesidades y deseos del niño y no utilizan la violencia, la humillación o el ridículo para controlar y manipular. Las reglas se negocian e impera la autoridad, no el autoritarismo.
4-     Los padres tienen normas elevadas y altas expectativas por lo que respecta al comportamiento y al rendimiento, y las transmiten de forma respetuosa y no opresiva; se reta al niño a que sea lo mejor que pueda ser.

5-  Los propios padres tienden a tener un alto nivel de autoestima. Son modelos de eficacia personal y de respeto hacia uno mismo. El niño ve ejemplos vivos de lo que tiene que aprender.

Los padres pueden facilitar o dificultar el desarrollo de una sana autoestima en el niño. Branden (2013) habla de seis pilares de la autoestima que los padres deben fomentar en sus hijos: la conciencia, la aceptación de sí mismo, la responsabilidad de uno mismo, la autoafirmación, el vivir con propósito y la integridad personal. Un niño que crece en este contexto filosófico tiene una enorme ventaja de desarrollo. Y afirma: “independientemente de lo que pensemos que estamos enseñando, enseñamos lo que somos.”

Hay varios aspectos a tener en cuenta en la activación de la autoestima dentro de la familia.

La seguridad básica es el primer aspecto. Un niño tiene una total dependencia de sus padres o de los adultos que están a su cargo. Éstos deben satisfacer todas sus necesidades: fisiológicas, de cuidado, de afecto. El niño debe sentirse protegido y seguro. Así va a desarrollar un sentimiento de identidad fuerte y sano, es decir, la seguridad física y psíquica que le permitirá confiar en sí mismo, en los demás y en la vida.

Otro aspecto es la crianza mediante el tacto. Éste es esencial para el desarrollo sano de un niño. Es una forma muy poderosa de transmitir cariño. Si falta el tacto, un niño puede morir aún cuando tenga satisfechas todas sus demás necesidades. Mediante el tacto se envía una estimulación sensorial que ayuda al niño a desarrollar su cerebro; se expresa amor, cariño, confort, apoyo, protección; se establece contacto entre un ser humano y otro. Mucho antes de que un niño pueda comprender las palabras, comprende el tacto.

Un tercer aspecto es el amor. Un niño tratado con amor tiende a interiorizar este sentimiento y a experimentarse a sí mismo como alguien digno de cariño. El amor se manifiesta por la expresión verbal, por las acciones de cuidado y por el gozo y placer que mostramos por la sola existencia del niño. Un padre efectivo puede enseñar sin recurrir al rechazo, puede manifestar su enojo hacia la conducta del niño, pero sin retirar su amor. El amor no debe estar supeditado al rendimiento del niño ni al cumplimiento de las expectativas de los padres, ni debe retirarse para manipular la obediencia y la conformidad.

Otro aspecto a tener en cuenta para activar una sana autoestima dentro de la familia es la aceptación. La aceptación de las diferencias para permitir que crezca la autoestima. Un niño cuyos pensamientos y sentimientos son tratados con aceptación tiende a interiorizar la respuesta y a aprender a aceptarse a sí mismo. Si se le dice al niño que no debe sentir tal o cual sentimiento o emoción para agradar a sus padres, se lo invita a negar esos sentimientos y emociones, negándose a sí mismo para evitar el abandono o la no aprobación de sus padres.

El respeto es otro aspecto. Un niño que recibe respeto de los adultos tiende a aprender a respetarse a sí mismo. Si un niño crece en un hogar en el que todos se relacionan con los demás con una cortesía natural y cordial, aprende principios que valen tanto para sí mismo como para los demás. Aprende a respetarse a sí mismo y a los demás.

La validación es también sumamente importante en las relaciones familiares. La validación que recibimos de las personas que han desarrollado roles de autoridad puede marcarnos positiva o negativamente. El mensaje más fuerte que necesitan recibir los niños es que sus padres están con ellos, que los aman. Los adolescentes, en cambio,  necesitan amor pero también confianza, necesitan escuchar de sus padres: yo creo en ti. El adolescente comienza a cuestionar las afirmaciones de los adultos y quiere comenzar a "probar" si es cierto. Necesita de esa prueba y error que luego acompaña a los hombres y mujeres durante toda la vida. El mensaje que den los padres cuando sus hijos comienzan a tomar sus propias decisiones y a equivocarse es vital, puede habilitarlos o deshabilitarlos. Ese mensaje estará relacionado directamente con el sentimiento que se  experimente frente a un fracaso o error en la vida adulta. Cuando validamos predisponemos al otro en forma positiva.

Validar es una decisión que mantiene la salud emocional. Los resultados y las respuestas que los niños obtengan dependerán en gran medida de la confianza que haya sido depositada en ellos. Cuanto más grande sea la confianza que los padres, los maestros y los adultos representativos tengan sobre los niños, mayores serán los logros que esos niños alcancen en sus vidas. Los niños necesitan que alguien los valide, les transmita estímulo, valor, coraje. La confianza en uno mismo se forma al oír y recibir palabras de aliento, de sabiduría, de afirmación, de estima, de validación.

Un aspecto más es la visibilidad. Sentirse visible es sentir que el otro comprende lo que digo y su respuesta es congruente con ello en términos de mi propia conducta. Sentirse invisible es sentir que el otro responde a lo que digo o hago de una forma que carece de sentido para mí en términos de mi propia conducta. Sentirse visible es sentir que la otra persona y yo estamos en la misma realidad. Sentirse invisible es sentir que la otra persona y yo estamos en realidades diferentes. Todas las interacciones humanas satisfactorias requieren congruencia a este nivel.

El niño tiene un deseo natural de ser visto, oído y comprendido y de que se le responda adecuadamente. Para una persona en formación esta es una necesidad urgente. Por eso el niño se fija en la respuesta de sus padres tras haber hecho algo. Tanto los elogios exagerados como los castigos o censuras por actitudes o acciones que para el niño representan un valor, forman parte de la invisibilidad. Hacemos visible al niño cuando manifestamos cariño, estima, empatía, aceptación y respeto. Hacemos invisible al niño cuando transmitimos indiferencia, desdén, condena y ridículo.

Otro aspecto que permite la activación de la autoestima en el seno familiar, es la crianza adecuada a la edad, adecuada al nivel de desarrollo del niño. Si un padre desea apoyar la independencia del hijo, deberá ofrecerle elecciones adecuadas con su nivel de desarrollo.

Un aspecto más son el elogio y la crítica. Un elogio inadecuado puede ser tan perjudicial para la autoestima como una crítica inadecuada. Haim Ginott (citado en Branden, 2013) distingue entre elogio evaluativo y elogio apreciativo, y considera que éste último es el más productivo tanto para activar la autoestima como para reforzar la conducta deseada.

Si nos limitamos a apreciar las acciones y logros del niño dejamos que sea él mismo quien las evalúe. Cuanto más específicamente está enfocado nuestro elogio, más sentido tiene para el niño. Un elogio excesivo abruma al niño y le provoca ansiedad porque el niño sabe que no concuerda con su percepción de sí mismo. Para fomentar la autoestima, hay que dejar siempre espacio para que el niño haga sus propias evaluaciones, después de haber descrito su conducta. Hay que liberar al niño de la presión de nuestros propios juicios y ayudarlo a crear un contexto en el que pueda pensar de forma independiente.

Manejo de errores. La forma en que los padres responden cuando los hijos comenten errores puede ser adversa para la autoestima. Cometer errores es parte esencial de todo proceso de aprendizaje. Si se castiga, humilla, ridiculiza a un niño por cometer un error, se sabotea su proceso natural de crecimiento. Si un niño no se siente aceptado por sus padres si comete un error, aprende a rechazar la aceptación de sí mismo en respuesta a los errores. Hay que estimular la búsqueda de respuestas en lugar de proporcionar respuestas.

La necesidad de una estructura familiar adecuada es fundamental para darle un marco de seguridad y crecimiento a los niños. El término “estructura” se refiere a las reglas, implícitas o explícitas, que funcionan en una familia, reglas que expresan lo que es o no es aceptable y permisible, lo que se espera, las diferentes formas de conducta, los valores que se tienen y las decisiones que se toman. La terapia estructural define a la estructura familiar como la organización de las relaciones, los patrones y las reglas que rigen la vida grupal. Se construye en la repetición de las pautas transaccionales que operan a lo largo de su evolución (Quintero Velásquez, 1997). Dicha estructura de relaciones es mantenida y manifestada a través de los procesos del sistema familiar, a saber: comunicación, roles y normas o reglas. Una buena estructura es aquella que es flexible y abierta, respeta las necesidades, la individualidad y la inteligencia de cada miembro de la familia, valora la comunicación abierta, los padres apelan a la confianza en lugar del temor. Estimulan la expresión de uno mismo. Mantienen la individualidad y la autonomía. Sus normas inspiran en lugar de intimar.

Los niños necesitan límites, necesitan sentirse protegidos y seguros. Los padres permisivos crean hijos ansiosos. Cuando se ofrecen valores y normas racionales a los niños, se fomenta su autoestima.

De acuerdo a todo lo expuesto, se deduce entonces, la importancia de trabajar con las familias en el desarrollo de la autoestima individual y familiar. Esto dará lugar a una mayor comprensión entre individuos, al cuidado personal y de los demás, y darán a nuestros hijos fundamentos firmes a partir de los cuales puedan desarrollar su fortaleza e integración.

Lic. Maria Eugenia Guerrini

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