La meta adecuada de la
crianza de los padres consiste en preparar a un hijo para que sobreviva de
forma independiente en la edad adulta. El bebé empieza en una situación de
total dependencia; si su crianza tiene éxito, al crecer pasará de esa
dependencia a ser un ser humano que se respeta a sí mismo y que es responsable
de sí mismo, capaz de responder a los retos de la vida. Así, será
autosuficiente desde el punto de vista económico, intelectual y psicológico. La
tarea humana primaria consiste en llegar a ser nosotros mismos. La meta central
del proceso de maduración es la evolución hacia la autonomía.
Los hijos no crecen en
el vacío, crecen en un contexto social. El desarrollo de la individuación y la
autonomía tienen lugar mediante la relación con otros seres humanos. En las
primeras relaciones de la niñez, un hijo puede experimentar seguridad que hace
posible la aparición del yo, o bien la inestabilidad que descompone el yo antes
de que se forme por completo. Durante los primeros 5 o 6 años de vida, la
autoestima del niño quedará conformada casi exclusivamente por su familia. En
la edad escolar recibirá otras influencias, pero serán más fuertes las
familiares. Los padres son los
arquitectos de la familia.
En las relaciones
posteriores, un hijo puede tener la experiencia de ser aceptado y respetado, o
rechazado y postergado. Las fuerzas externas tienden a reforzar los sentimientos
de valía o inutilidad que el niño aprendió en el hogar. Un niño puede
experimentar el equilibrio adecuado entre protección y libertad, o la
sobreprotección que lo infantiliza o la subprotección que le exige recursos que
puede no tener aún.
Estas experiencias
contribuyen al tipo de identidad y de autoestima que se forman con el tiempo.
Entre las variadas
investigaciones que se han realizado sobre las causas de la formación de una
sana autoestima, podemos mencionar el estudio realizado por Coopersmith. Su
objetivo era identificar las conductas de los padres encontradas con más
frecuencia cuando los niños crecían manifestando una autoestima sana.
Coopersmith no halló correlaciones significativas con factores como la riqueza
familiar, la educación, la zona geográfica, la clase social, la profesión del
padre, o el hecho de que la madre siempre estuviera en la casa. Lo que halló
fue la importancia de la calidad de la relación entre el hijo y los adultos
importantes de su vida.
Encontró cinco
condiciones asociadas a una alta estima en los niños:
1-
El niño experimenta una total aceptación
de los pensamientos, sentimientos y el valor de su propia persona.
2-
El niño funciona en un contexto de
límites definidos e impuestos con claridad que son justos, no opresores y
negociables. No se le da una libertad ilimitada, por lo tanto experimenta una
sensación de seguridad.
3-
El niño experimenta respeto hacia su
dignidad como ser humano. Los padres toman en serio las necesidades y deseos
del niño y no utilizan la violencia, la humillación o el ridículo para
controlar y manipular. Las reglas se negocian e impera la autoridad, no el
autoritarismo.
4-
Los padres tienen normas elevadas y
altas expectativas por lo que respecta al comportamiento y al rendimiento, y
las transmiten de forma respetuosa y no opresiva; se reta al niño a que sea lo
mejor que pueda ser.
5- Los propios padres tienden a tener un
alto nivel de autoestima. Son modelos de eficacia personal y de respeto hacia
uno mismo. El niño ve ejemplos vivos de lo que tiene que aprender.
Los padres pueden
facilitar o dificultar el desarrollo de una sana autoestima en el niño. Branden
(2013) habla de seis pilares de la autoestima que los padres deben fomentar en
sus hijos: la conciencia, la aceptación de sí mismo, la responsabilidad de uno
mismo, la autoafirmación, el vivir con propósito y la integridad personal. Un
niño que crece en este contexto filosófico tiene una enorme ventaja de
desarrollo. Y afirma: “independientemente
de lo que pensemos que estamos enseñando, enseñamos lo que somos.”
Hay varios aspectos a tener en cuenta en la
activación de la autoestima dentro de la familia.
La seguridad básica es el primer aspecto. Un niño tiene una total
dependencia de sus padres o de los adultos que están a su cargo. Éstos deben
satisfacer todas sus necesidades: fisiológicas, de cuidado, de afecto. El niño
debe sentirse protegido y seguro. Así va a desarrollar un sentimiento de
identidad fuerte y sano, es decir, la seguridad física y psíquica que le
permitirá confiar en sí mismo, en los demás y en la vida.
Otro aspecto es la crianza mediante el tacto. Éste es
esencial para el desarrollo sano de un niño. Es una forma muy poderosa de
transmitir cariño. Si falta el tacto, un niño puede morir aún cuando tenga
satisfechas todas sus demás necesidades. Mediante el tacto se envía una
estimulación sensorial que ayuda al niño a desarrollar su cerebro; se expresa
amor, cariño, confort, apoyo, protección; se establece contacto entre un ser
humano y otro. Mucho antes de que un niño pueda comprender las palabras,
comprende el tacto.
Un tercer aspecto es el amor. Un niño tratado con amor tiende
a interiorizar este sentimiento y a experimentarse a sí mismo como alguien
digno de cariño. El amor se manifiesta por la expresión verbal, por las
acciones de cuidado y por el gozo y placer que mostramos por la sola existencia
del niño. Un padre efectivo puede enseñar sin recurrir al rechazo, puede
manifestar su enojo hacia la conducta del niño, pero sin retirar su amor. El
amor no debe estar supeditado al rendimiento del niño ni al cumplimiento de las
expectativas de los padres, ni debe retirarse para manipular la obediencia y la
conformidad.
Otro aspecto a tener en
cuenta para activar una sana autoestima dentro de la familia es la aceptación. La aceptación de las diferencias
para permitir que crezca la autoestima. Un niño cuyos pensamientos y
sentimientos son tratados con aceptación tiende a interiorizar la respuesta y a
aprender a aceptarse a sí mismo. Si se le dice al niño que no debe sentir tal o
cual sentimiento o emoción para agradar a sus padres, se lo invita a negar esos
sentimientos y emociones, negándose a sí mismo para evitar el abandono o la no
aprobación de sus padres.
El respeto es otro aspecto. Un niño que recibe respeto de los adultos
tiende a aprender a respetarse a sí mismo. Si un niño crece en un hogar en el
que todos se relacionan con los demás con una cortesía natural y cordial,
aprende principios que valen tanto para sí mismo como para los demás. Aprende a
respetarse a sí mismo y a los demás.
La validación es también sumamente importante en las relaciones
familiares. La validación que recibimos de las personas que han desarrollado
roles de autoridad puede marcarnos positiva o negativamente. El mensaje más
fuerte que necesitan recibir los niños es que sus padres están con ellos, que
los aman. Los adolescentes, en cambio,
necesitan amor pero también confianza, necesitan escuchar de sus padres:
yo creo en ti. El adolescente comienza a cuestionar las afirmaciones de
los adultos y quiere comenzar a "probar" si es cierto. Necesita de
esa prueba y error que luego acompaña a los hombres y mujeres durante toda la
vida. El mensaje que den los padres cuando sus hijos comienzan a tomar sus
propias decisiones y a equivocarse es vital, puede habilitarlos o deshabilitarlos.
Ese mensaje estará relacionado directamente con el sentimiento que se experimente frente a un fracaso o error en la
vida adulta. Cuando validamos
predisponemos al otro en forma positiva.
Validar es una decisión que mantiene la salud emocional. Los resultados y
las respuestas que los niños obtengan dependerán en gran medida de la confianza
que haya sido depositada en ellos. Cuanto más grande sea la confianza que los
padres, los maestros y los adultos representativos tengan sobre los niños, mayores
serán los logros que esos niños alcancen en sus vidas. Los niños necesitan que
alguien los valide, les transmita estímulo, valor, coraje. La confianza en uno
mismo se forma al oír y recibir palabras de aliento, de sabiduría, de
afirmación, de estima, de validación.
Un aspecto más es la visibilidad.
Sentirse visible es sentir que el otro comprende lo que digo y su respuesta es
congruente con ello en términos de mi propia conducta. Sentirse invisible es
sentir que el otro responde a lo que digo o hago de una forma que carece de
sentido para mí en términos de mi propia conducta. Sentirse visible es sentir
que la otra persona y yo estamos en la misma realidad. Sentirse invisible es
sentir que la otra persona y yo estamos en realidades diferentes. Todas las interacciones
humanas satisfactorias requieren congruencia a este nivel.
El niño tiene un deseo natural de ser visto, oído y comprendido y de que
se le responda adecuadamente. Para una persona en formación esta es una
necesidad urgente. Por eso el niño se fija en la respuesta de sus padres tras
haber hecho algo. Tanto los elogios exagerados como los castigos o censuras por
actitudes o acciones que para el niño representan un valor, forman parte de la
invisibilidad. Hacemos visible al niño cuando manifestamos cariño, estima,
empatía, aceptación y respeto. Hacemos invisible al niño cuando transmitimos
indiferencia, desdén, condena y ridículo.
Otro aspecto que
permite la activación de la autoestima en el seno familiar, es la crianza adecuada a la edad, adecuada
al nivel de desarrollo del niño. Si un padre desea apoyar la independencia del
hijo, deberá ofrecerle elecciones adecuadas con su nivel de desarrollo.
Un aspecto más son el elogio y la crítica. Un elogio
inadecuado puede ser tan perjudicial para la autoestima como una crítica
inadecuada. Haim Ginott (citado en Branden, 2013) distingue entre elogio
evaluativo y elogio apreciativo, y considera que éste último es el más
productivo tanto para activar la autoestima como para reforzar la conducta
deseada.
Si nos limitamos a
apreciar las acciones y logros del niño dejamos que sea él mismo quien las
evalúe. Cuanto más específicamente está enfocado nuestro elogio, más sentido
tiene para el niño. Un elogio excesivo abruma al niño y le provoca ansiedad
porque el niño sabe que no concuerda con su percepción de sí mismo. Para
fomentar la autoestima, hay que dejar siempre espacio para que el niño haga sus
propias evaluaciones, después de haber descrito su conducta. Hay que liberar al
niño de la presión de nuestros propios juicios y ayudarlo a crear un contexto
en el que pueda pensar de forma independiente.
Manejo
de errores. La forma en que los padres responden
cuando los hijos comenten errores puede ser adversa para la autoestima. Cometer
errores es parte esencial de todo proceso de aprendizaje. Si se castiga,
humilla, ridiculiza a un niño por cometer un error, se sabotea su proceso
natural de crecimiento. Si un niño no se siente aceptado por sus padres si
comete un error, aprende a rechazar la aceptación de sí mismo en respuesta a
los errores. Hay que estimular la búsqueda de respuestas en lugar de
proporcionar respuestas.
La
necesidad de una estructura familiar adecuada es fundamental
para darle un marco de seguridad y crecimiento a los niños. El término
“estructura” se refiere a las reglas, implícitas o explícitas, que funcionan en
una familia, reglas que expresan lo que es o no es aceptable y permisible, lo
que se espera, las diferentes formas de conducta, los valores que se tienen y
las decisiones que se toman. La terapia estructural define a la estructura familiar como la organización
de las relaciones, los patrones y las reglas que rigen la vida grupal. Se
construye en la repetición de las pautas transaccionales que operan a lo largo
de su evolución (Quintero Velásquez, 1997). Dicha estructura de relaciones es
mantenida y manifestada a través de los procesos del sistema familiar, a saber:
comunicación, roles y normas o reglas. Una buena estructura es aquella que es
flexible y abierta, respeta las necesidades, la individualidad y la
inteligencia de cada miembro de la familia, valora la comunicación abierta, los
padres apelan a la confianza en lugar del temor. Estimulan la expresión de uno
mismo. Mantienen la individualidad y la autonomía. Sus normas inspiran en lugar
de intimar.
Los niños necesitan
límites, necesitan sentirse protegidos y seguros. Los padres permisivos crean
hijos ansiosos. Cuando se ofrecen valores y normas racionales a los niños, se
fomenta su autoestima.
De acuerdo a todo lo expuesto, se deduce entonces, la importancia de
trabajar con las familias en el desarrollo de la autoestima individual y
familiar. Esto dará lugar a una mayor comprensión entre individuos, al cuidado
personal y de los demás, y darán a nuestros hijos fundamentos firmes a partir
de los cuales puedan desarrollar su fortaleza e integración.
Lic. Maria Eugenia Guerrini
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